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martes, 8 de marzo de 2011

La jota de Corazones


Francia y su republica siguen teniendo sus defectos. Entre tanta libertad siempre es terreno abonado para el libertinaje y Marsella es la cuna de los violentos de todo el país. Una ciudad bañada por el mar que durante décadas ha ido recogiendo todos los despojos en cada una de las mareas que besan sus costas.

Jack es un tipo solitario que sobrevive como puede en las duras calles de esa pintoresca ciudad. Su vida esta rota desde el principio, casi desde que salio de las rejas de la cuna de uno de los mas temibles orfelinatos del barrio antiguo. Creció sumido en la inmundicia del abandono forjándose como un mercenario carmesí, un soldado capaz de convertir la sangre que cubre sus manos en capital en la ventanilla de cobros de su organización.

Por lo que mantiene el número de sus amigos entre los dedos de una sola mano. Tener más implica demasiadas debilidades que el no se puede permitir. Pero se mueve entre sus iguales como pez en el agua. Durante sus andazas que han sido innumerables ha podido salvar a unas cuantas buenas personas de su mala fortuna, y aunque agradecidas no las ha mantenido mucho tiempo. En esa maldita urbe, tener muchos contactos sería además de necios y de tarados. Y con un trabajo como el suyo no hay que tentar a la suerte.

La gente le apoda JJ, por ser un jodido judío, a pesar de todo… nunca le ha gustado demasiado ese sobrenombre. Por lo que sólo los que han llegado a conocerle con el tiempo, saben como llamarle. Es resto es otra historia de esas que suceden de noche y no terminan durante el resto del día. En el infierno cuando no tienes el privilegio de estar muerto, aun quedan muchos problemas que solucionar, para mantenerse el equilibrio sobre el filo. Tiene a sus queridos cuchillos y lo demás no le importa, para él todo se reduce a una simple cuestión. Su regla de las 3 eses. Sacrificio, sudor y sangre.

Ajusta su chaleco ciñéndolo contra su figura hasta que queda blindado con un sonriente armadillo. Después comienza su otro ritual. Introduce el filo de sus cuchillos en las presillas que lleva repartidas por todo el cuerpo. Sus terribles cebolleros gemelos descansan a los lados de sus costillas debajo de sus brazos. En su pecho en cambio anidan decenas de afiladas puntillas de mango equilibrado que vuelan por el cielo cortando el viento detrás de un silbido inofensivo que cuando esta tan cerca que puede escucharse sea demasiado tarde para ponerse a salvo de sus destinos.

A su espalda sus queridas cimitarras duermen su letargo. La cosa tiene que ponerse muy feas para que salgan a la acción. Porque están condenadas en cientos de idiomas y sus hojas bañadas con la sangre de tantos muertos que podrían andan solas si así lo deseasen. Empuñarlas significa caer en el frenesí de la danza de la muerte. Una consecutiva e irrefrenable armonía de estocadas que se asemeja a las orbitas de los átomos.

Puedes detener sus hojas, no su camino. Tarde o temprano se acaba eso de esquivar, la desgracia es que nadie tiene ojos en la espalda y cuando alguien se topa con un obstáculo que detiene el recular en seco, se encuentra encerrado con el fin cortante de unas sonrisas que cruzadas cercenan como la mandíbula de una hormiga.

Es que él es la jota de los corazones. Y sus salarios en alza demuestran su talento en el arte de los sicarios. Algo perdido en el tiempo donde los arcadios eran los reyes del noble honor de quitar la vida a cambio de dinero. Así que en la edad moderna J sigue rindiendo pleitesía al antiguo código de la hermandad. Proteger el nombre de contratador y exterminar al objetivo sin fallos ni demoras.

Si realiza bien su trabajo y siempre lo ha conseguido. Sigue respirando y abultando sus cuentas. Sigue sin gastar mas de lo mínimo y ahorrando. Cuando llegue a las 8 cifras… huirá de esa maldita ciudad. Ya le quedan sólo dos para cumplir el total, sonríe aliviado y derriba la puerta de una patada en la cerradura.

El marco se astilla y la cerradura se abre de par en par golpeando al otro lado. Un salón queda a la vista con cuatro esbirros apostados. Las dagas vuelan hacia todos los lados y unos segundos después el ruido ha cesado. Recoge las cuchillas y las vuelve a colocar. Corta el índice de cada una de sus victimas y los mete en un bote herméticamente cerrado. Entorna la puerta al salir y asunto terminado. Se mezcla entre el bullicio de las calles atestadas sin que nadie se percate a su paso.

En Marsella mirar a los ojos a un desconocido te puede salir caro, a el nadie le mira cuando parece enfadado. Sigue siendo una tapadera que usa como armadura. Pocos saben que tiene una fabulosa sonrisa escondida en algún recoveco de su torcida alma. La usa pocas veces y la tiene casi sin gastar. Pero a veces cae una estrella y él esta cada día más cerca de la meta de salir del infierno por la puerta grande.

1 comentario:

  1. Guau, me ha encantado, genial. Y cuánto valor trendrá esa sonrisa de Jack, pura y auténtica.
    Besos :)

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