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martes, 22 de marzo de 2011

Johny camina descalzo.

Las fichas queman en las manos aunque no tienen prisa por ir a ninguna parte y en el césped pastan las grandes presas placidamente sin percatarse de mi presencia. Un viejo de pelo blanco reparte la suerte, podría tratarse de Dios en persona, si en su brillante plaquita no pusiese Alejandro Navas. Aunque no importa mucho, el señor sabe repartir como merece lanzando la suerte a partes iguales.

Pasan las horas deshaciendo los hielos que repican sobre el cristal sin verter gota ninguna sobre el tapete. Las vacas engordan y en la mesa un par de lobos han tomado prestada la piel de algunos corderos, si que nadie se haya dado cuenta.

La mano prosigue, mientras la gente sigue cayendo asombrada, la rotura de sueños sólo dura unos breves momentos entre profesionales… Mientras el cabrón de enfrente parece la muerte segando desde lo alto de sus infranqueables ojos de hielo. De cuanto en cuanto parece sonreírme desde el otro lado del mundo.

Yo mientras ando titubeando. Perdiendo de poco en poco mis oportunidades, desangrándome sin demasiados lamentos. Aguanto estoicamente mientras los que están a mi lado perecen sin remedio. De los nueve, solo quedan cinco. Y siempre se me ha dado mejor contar con una sola mano.

Dos lobos… dos vacas y yo… Parece una partida divertida para los que van perdiendo. Lanzas embistes que algunos aciertan y otros no. Hasta los lobos han empezado a mordisquearse entre ellos. Yo sigo con mi suerte negra brillando dorada desde el fondo del vaso. El tintineo de los cubitos me relaja bastante mientras dilapido mi fortuna sin ningún resentimiento.

¿De que sirven los torneos, si no es para eso?

El de los ojos azules sonríe… el otro lobo mete un buen tiento seguro de si, mientras que una de las vacas sale corriendo con el rabo entre las patas. La otra bufa y entra embistiendo.

La partida esta servida cuando todos ponen lo mismo en ese preciso momento. La vaca muge herida de muerte, mientras que el pequeño lobo cordero se queda asombrado por un full ligado en el último momento. Desde mi lado veo como somos tres los que quedamos dentro.

Las siguientes manos son un tormento equilibrado entre lo que asamos al ternero. El lobo cabrón las tiene todas consigo, pero yo me sigo manteniendo. Pierdo lo que gano y gano lo que pierdo… Parece divertido pero a él no se lo parece demasiado porque ando retirándome en los últimos momentos.

Un par de mordiscos de los buenos me ponen a la par demostrando mi talento. Y es cuando sin ternera… se juega a comprobar el valor… Pido un Black doble que aparece en la mesa en un suspiro. Informo a la mesa que en la siguiente va todo dentro antes de repartir las cartas.

El viejo sonríe y el lobo se frota las manos, cansado de tanto luchar contra un hueso. Las cartas caen al césped y el las recoge sin demorarse demasiado. Las mías se mantienen en su sitio por descontado. Menuda sorpresa tendrá el lobo cuando sepa el talento oculto de un zapeador experto.

Cae la basura seguida de las tres gracias. Un nueve de picas, gobernado por un rey de tréboles al que sigue una reina de corazones. Azul sonríe acariciando sus cartas como quien guarda un tesoro. No me preocupa demasiado, al recoger mi copazo he dejado un oscuro cepo escondo en el sitio donde el viejo tira las cartas. Sin que nadie notase lo pasado.

Llamo a la puerta y el viejo deja entrar un As de picas degenerado que hace que el lobo aullé a la luna sonriente que corona el cielo y guarda la partida. Su doble pareja se descubre por descontado. Antes de que salga la reina de picas a mostrar su pícaro desparpajo.

Sobre la mes a una escalera a falta de diez jotas. Pero con su doble pareja, ríe el lobo todo contento mientras espera que mi desgracia se descubra. Bramando expectante mientras que yo doy un trago largo, tras el cual levanto la primera de las dos incógnitas que quedan en el reservado. Un diez aparece mientras que el cazador se siente cazado tragando saliva.

No puede tener una jota… el chico no puede tener tanta suerte grita desquiciado. Mientras que yo sonrió y le digo que seguro que no se trata de una carta como esa… Me mira sorprendido y me pregunta que cual es… si ni siquiera la he levantado.

Y le digo que es negra, pero que esta vez no se trata de ningún número bajo.

Doy un pequeño sorbo y llamo a ella… que viene a mi vera sin pestañear, frente al sombro de una mesa que se convierte en un agujero negro para los que no esperaban tocar fondo. La dama de tréboles trae mi suerte por ser escocesa y porque a ella le gusta el whisky, pero sólo el primer trago. En ese en que el oro sigue brillando y los dados suenan a cascabeles sobre el escenario.

Pido al viejo que me cambie las fichas y le doy un agradable 13% por descontado. Acepta con una sonrisa que si no es divina, roza el firmamento. La luna se parte de risa mientras cientos de estrellas centellean mientras que me marcho contento con mi trío de reinas y un buen copazo.

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