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martes, 6 de agosto de 2013

Cosas de casa



Sigo siendo un caminante nocturno, todavía no me canse demasiado como para tener sueño a estas horas de la madrugada. Me pierdo en la ciudad mientras otros disfrutan de sus confortables sueños. Saco la libreta y tacho otro nombre de ella, sonrió porque no he tardado mucho en zanjar ese tema, en apenas cuatro meses he conseguido que alguien se coloque en la palestra confiado de tener todas las de ganar sin  saber siquiera que en el infierno las sogas de los ahorcados son de hilo de araña.

Comenta la jugada con asistentes, su concepto de vida alegre no casa con las normas del demonio porque no tiene nada que ver la sonrisa afilada a los pies de gato saltimbanqui, los dos se pueden reír… pero sólo uno de ellos ha perdido la capacidad natural de llorar.

Hace bastante que sus lágrimas se secaron sellando las glándulas lacrimosas hasta atrofiarlas para no perder humedad en la eterna sequía, la penitencia sólo es un eslabón de la condena que te ata con cadenas al fuego del averno. Pagas con horas y si te portas bien al final de cada día te dan un trocito de tu alma.

La mayoría de las veces, te vas a casa con las manos vacías pero satisfecho por haber sobrevivido una vez más para bailar bajo la luna. En el reloj suenan las tres de la mañana, pero el reo sigue bailando sin aprender la lección que te da la vida a diario. Los chicos de la calle piensan de alguna forma que son los amos del mundo cuando la verdad, es el que no vive en ella quien más trabaja para no llegar a tal extremo. No se puede perder nada cuando se vive abajo del todo, pero es el temor a la perdida lo que más coraje puede darle a alguien. El valor en cambio es la persona partida por el número de miedos que posee.

Cuando pierdes el miedo a todo el valor se vuelve infinito y hasta la muerte aplaude cuando viene a recogerte a la puerta de tu casa. Hay gente que vive lo justo para no morir por accidente y otros que viven por encima de sus posibilidades porque saben que cuando se acaba un viaje, comienza otro distinto. Siguen sin caer estrellas, pero los meteoritos están a la orden del día.

Tacha uno y salva a su mundo interior de no volverse como lo que sobrevive fuera. Le roban la sonrisa y minan su estima. La lluvia de golpes no cesa hasta bien pasado el medio día. Cuando llega el momento para y respira… recoge los fragmentos que le faltan con sus herramientas vuelve al hogar con la cabeza alta y el pecho henchido.
El ahorcado para los gusanos… sólo quiere vivos porque le desagradan los cadáveres andantes… Apestan más de lo que aportan y como buen agricultor siempre fue de sesgar las malas hierbas.

La muerte afila su guadaña los lunes por la mañana, mientras espera dentro de su regalo a que alguien abra el lazo y la libere de seguir esperando a cortar cabezas para que el demonio de la sonrisa no la pierda del todo por quedarse abandonado entre el silencio que corrompe sus letanías

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