Los números siguen jugando conmigo, tontean a diario, a cada
instante… pero sigo sin ganar la lotería. Cada reloj me saca una sonrisa cuando
lo miro y eso es raro porque yo nunca uso. Los capicúas y los números alegres
son los que más me divierten porque son difíciles de encontrar si estas
pendiente, pero son como un billete de cinco euros que vuela por la calle.
A veces pienso que N los escribe para que siga soñando
despierto y a su vez salga de la burbuja. Todos los años pienso en salir a
correr, pero luego miro mis pies y estoy en Madrid todos los días acabo haciéndolo
pero sin tener que ponerme ropa de entrenamiento. Aun así se que no es lo mismo
el placer que la devoción.
Ni calma igual, ni satisface lo mas mínimo.
Nunca nadie fue capaz de entender que me gustase correr como
deporte. Pero en verdad no lo hacía ni por las medallas, ni los artículos,
tampoco me importaba los cronos ni la superación. Lo hacía por la familia, por
los amigos, por los que tenia al lado. Todo el mundo se esforzaba por algo y
aunque fuera como un mecanismo espejo… igual que lo hace un lago con quien
mira. Era divertido gastar el tiempo corriendo, muchísimo mejor que estar
parado.
En el fondo todo sigue siendo lo mismo, salvo que las pistas
ya no son de goma y tú ya no eres el mismo que hace unos años. El resto sigue
igual. Carreras prisas y nervios. Siempre como si fuera la primera vez, con la
confianza apretada en un puño y el corazón galopando dentro del pecho. El hipódromo
rugiendo y el objetivo puesto el
horizonte. Nadie que no sepa de esforzarse al límite, hasta querer vomitar
la última gota de sustento junto al resquicio de aliento… el que no piense en
vencerse a sí mismo como si fuese su sombra, que no sueñe con volar ni piense
en tocar el suelo sino tan solo acariciarlo.
Jamás podrá llamarse atleta, porque ni siquiera sabrá
ponerse unas herraduras y menos unas zapatillas de clavos que te oprimen hasta
los malos pensamientos. En ese momento sólo importa que ya has meado hace un
momento y que el miedo que te espolea, no es más que animo a conseguirlo.
Respiras y te concentras en todos esos juegos… que estas en casa y que no
importa si el primero o el ultimo, sólo importa el sentimiento.
Aguantas la respiración y piensas en los galgos, estiras las
piernas al ponerlas en los tacos, las manos aguantan el peso mientras todo se
ajusta como una bomba. Cada pieza ocupa perfectamente su lugar y espera mientras el corazón bombea
hasta resonar en los tímpanos… todo está listo y el mecanismo se enciende hasta
alcanzar su primera fase.
Después el disparo lo detona todo y el mundo se pliega como
una ballesta que te lanza hacia delante, una mezcla entre rana y guepardo. Sólo
se escuchan los jadeos y el viento. Lo demás se difumina como un ruido sordo.
Tu conciencia te anima desde dentro el cielo te aplasta desde arriba. El mundo
parece que quiere comerte, la confianza se gasta más que si fuera gasolina y
las piernas arden tanto que parecen tizones. Y entonces eres libre…
Tu cuerpo pesa una mierda y vuelas apoyándote en el aire,
cada zancada es más larga que la anterior y solo has necesitado treinta metros para lograrlo, tu animo aumenta a cada
bocanada porque la meta está más cerca y aun te queda algo de valor en la
recta. Recuerdo cada carrera y cada lanzamiento.
Tuve un gran maestro que me enseño a darlo todo en la vida, el dio la suya y a
nosotros nos queda recordar su leyenda. Los tres patitos le echan de menos,
cada uno a su manera. Durante más de diez años el nos dio cada tarde, nunca fui
capaz de darle todas las gracias que le debía.
Se fue mientras yo estaba fuera, encontrándome a mí mismo. Cosa que tampoco lo he logrado en todos estos
años. Si algún día lo consigo supongo que habré alcanzado mi meta, pero es que
es difícil correr en todas direcciones.
Puede que pensar demasiado te haga dudar en el sentido correcto o que intentar
seguir el ritmo en vez de imponerlo suele ser cansado pero cuesta menos
hacerlo. Aunque en verdad lo que siempre me hizo entrenar menos era que nunca
logre estar callado.
Eso tampoco ha cambiado después de tanto tiempo. Me agotaba
en las competiciones porque no estaba acostumbrado al silencio a mantener el
pico cerrado, algo normal porque respiro por la boca… dicen que sin eso no hay concentración.
Pero eso son de las cosas que no entendí todavía. Sigo intentándolo como lo de
correr. A veces alguien busca la iluminación mediante la reflexión profunda. Yo
como amante de la tecnología escogí mas bien la radiación intensa. O te mata… o
te hace más fuerte.
Muchas gracias tío Nano.