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lunes, 5 de octubre de 2015

Viendo la vida pasar.



Antes todo era tan sencillo como no parar, sino dejabas de hacer cosas el tiempo seguía pasando frenético como el servicio, el sudor recorriendo la espalda… las voces rugiendo en el ambiente contaminado por el ruido ensordecedor de las campanas. El aire flotando caliente, metiéndose por los pulmones y secándolos, volviéndote una esponja cada vez que el grifo te llama.

Echo de menos las prisas y los agobios, sentirse el ultimo hombre en una fila de fusilamiento. Sonreír delante de las cámaras y esperar el fogonazo final cuando llegas a la meta. Gritar en silencio la satisfacción del trabajo bien hecho a pesar de cambiar tu vida por unos desconocidos que tal vez sólo pasaran una vez, o dos… o mil.

Las cosas buenas siempre vienen repetidas. Las cintas de casete tenían dos caras cada cual mejor, así como donuts o el fuet, el buen sexo, las semifinales y las finales, los pares e impares, los huevos con dos yemas por supuesto los auriculares. Pero no los servicios de comida y cena, eso nunca fue ni bueno ni saludable, dos combates por día convierte a cada jornada en demasiado violenta y al final tu terminas siendo un guerrero de metal, sin más alma que la batalla y ningún final que no sea el reluciente Valhalla.

Ahora veo el tiempo pasar, mil caras desconocidas se posan en mí vista durante unos segundos antes de alzar el vuelo y desaparecer hacia cualquier lugar del mundo de donde vinieran en su migración. Cien lenguas y sin fin de historias adheridas a los zapatos de tantos turistas que cansan hasta la mirada de un gran observador.

Transcurre el tiempo en cuenta gotas jugando a la baraja de la sota, el caballo y el rey. El guerrero languidece luchando en el barro contra el viento y el agua. No hay alfombras rojas ni honor en derrotar a la simple milicia. Ni rastro de brillantes armaduras a cada lado portadas por hermanos de sangre y también de metal, no hay respeto por los caídos ni vanagloria en las gestas acontecidas a base de esfuerzo, sudor y tesón. Sólo números que cual paja se amontona en los graneros, vital para la vida sin brillo ni valor en un museo.

Pasan los días como empiezan a caer las hojas de los árboles al igual que del calendario, noventa turnos son un suspiro para dar la vuelta al mundo, suficiente para que cualquier necio reconozca sus errores y asimilar que hay algunos lugares donde el alma de un cocinero se mustia con el vapor de una freidora y una plancha tan pequeña como lo es un folio en blanco. Rezo por que la muerte sobrevenga entre el publico y me lleve al otro lado. Al menos sería benévola en una condena escogida sin pensar.

Por la noche vuelve todo a suceder como siempre, muchas horas en blanco viviendo entre el silencio que me lleva a otra parte, allí donde las alas tienen palabras y no plumas y mi sonrisa solo florece cuando sin tener que hacerlo hago las cosas bien como sólo debería ser. Todos los atajos terminan mostrando las debilidades, cada fallo deja constancia en algún lado. Nadie es perfecto… pero si al menos no lo intentas, nunca sabrás si era correcto o no y eso ya muestra constancia en algo.

Atado en mi pequeño cubículo con cadenas invisibles, veo como pasa vida sin detenerse ni lamentarse, prosigue hacia delante sin detenerse y levantándose a cada caída, casi por inercia. Miro al horizonte hasta que el siguiente dios me invoque a su presencia como juglar de la corte, quizás esta vez encuentre un genio al final de la botella o puede que tan solo a alguien que sepa distinguir algo bueno entre tanto barro y harina.

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