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viernes, 4 de enero de 2013

La ley de la calma absoluta.



Y no hablo siquiera del 0ºK… cuando hasta dicha letra pierde su significado y nada se mueve. En absoluto me refiero a ese lugar donde ni los átomos tienen vida. Allí, no se puede vivir sencillamente y aquí, a veces tampoco.

Entre mis primeras enseñanzas vivía una que rezaba: No pierdas la nunca la calma…

Como todas esas frases que tienen un nunca en su afirmación supuse rápidamente que si la calma era perdida por mi, posiblemente no volviera a encontrarla como todas aquellas cosas que una vez extraviadas no logran hallarse de nuevo, también logre vislumbrar que la calma era algo unipersonal como un carné, si yo no tenía la mía a nadie le valdría. Así que como la práctica lleva a la experiencia me dedique a aprender lo que realmente pretendía dar a entender aquella sentencia. Y no perdí la cabeza en tal propósito.

Me mantuve frío y continué durante tanto tiempo, que cuando quise regresar a la realidad había pasado los últimos años congelado. El tiempo no hizo estragos en mi piel, sólo alrededor mío. La ciudad había cambiado en un inquietante baile de disfraces y de transformaciones. Algunas cosas no estaban y otras habían sido reemplazadas por nuevas totalmente diferentes a las anteriores.

A su vez hubo de las que siendo exactamente las mismas habían dejado de serlo por dentro y eso venía a ser lo mismo que si lo hubiesen hecho por fuera. Mantuve mi calma a mi lado como si con toda esa espera se hubiese convertido en una especie de montura sobre la que iba. Ahora simplemente era más sencillo no perderla de vista ya que lo mismo que un colosal problema es visible desde la distancia, ahora que había sufrido un temple parecido al del acero, todo era más resistente.

Pero todo elemento rígido puede llegar a ser frágil e incluso fracturable por lo que seguí cultivando la calma con esmero, deshaciéndome de todas aquellas preocupaciones que pudieran ser mala hierba o un caldo donde pudiera incubarse todo lo que no necesitaba.

Pase años aireando todos mis pensamientos, sentimientos e incluso la memoria, el trabajo de campo siempre es compaginable con otras tareas siempre que sepas organizarlas conforme los momentos lo precisen. Sacaba, limpiaba y después devolvía lo útil colocándolo en ese caos auto mantenido que es no es otro que el que reina en un cerebro fracturado.

Limpie tanto las impurezas que vivían dentro de mi que de nuevo se había logrado un material aun más resistente ya que sus redes no contenían defectos escondidos y ya ni quedaban fracturas avanzando hasta su destino exterior.

La elasticidad hizo más llevadera la calma y ya nada importaba tanto como antes, ni siquiera una tercera parte y respirar era llevadero y en los hombros podría volver a posarse el sol el próximo verano, sin que todo lo cargado dejase marca cual tigre de bengala.

La calma se volvió paz, y la guerra se apago como un cigarro en un vaso lleno de destilaciones de noche. Sin nada que fuese tan apremiante como aguantar el planeta sobre mi espalda,  dedico la siguiente etapa en cimentar sus largos pies con todas aquellas enseñanzas positivas de las que mantienen la torre inclinada sin caer otros tantos años. Nada deja de ser tener el sosiego como para construir un castillo de naipes al aire libre, cada piso es un triunfo que nadie podrá arrebatarte de la memoria.

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