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sábado, 26 de enero de 2013

La caza del zorro



Cuando deje de disparar ya nada quedaba en pie, por suerte para mi libertad, andaba lanzando sonrisas que no deja de ser nada inofensivo a no ser que como en mi caso me hubiese pasado la semana anterior sacándole filo en las comisuras. Ahora nadie podía detenerme por que ni siquiera los arcos de seguridad pitaban a mi paso. Yo caminaba y fulminaba… por allá donde pasaba caía la gente sin cabeza, otros quedaban  sin respiración abrumados por mi presencia o incluso los había que de alguna manera rara colocados por los efectos narcolépticos que tengo asociados.

En verdad era la peor maquina de guerra que ningún pacifista jamás hubiese elucubrado. Pero es que mi repulsión a las armas me había transformado lentamente en un experto en el cuerpo a cuerpo y aun más dañino en distancias cortas y habitaciones cerradas. La maniobra envolvente era mi táctica más utilizada así como el ataque de guerrilla usando el factor sorpresa. Todos andaban como hormiguitas que defendían su casa sin saber realmente quien ataca y ni por donde.

El caos cundía igual que una pandemia que contaminaba victima a victima propagando el desconcierto y la desorganización… Cuando alguien gritaba, esta por ahí, cogedle, yo ya andaba justo en el otro lado siguiendo sus pasos cual sombra a sus espaldas.

Era una tortura en toda regla… un enemigo invisible que se movía sin ser detectado. Las chicas suspiraban al reconocerme y sus parejas me buscaban golpeándose entre ellos ante el desconocimiento de quien provocaba tanto jaleo. Por doquier se escuchaban tanto suspiros desangelados como blasfemias descabelladas. Intentaban capturarme pero igual que el aire no podían agarrar algo que se les escapaba entre los dedos.

Cuando el bullicio paro de sonar. Andaba ya entremezclado entre la multitud, un lobo disimulando entre una manada de borregos que andaban olfateando el miedo, solo que estaba tan extendido que era difícil distinguirme entre amigo y enemigo… me movía de grupo en grupo sin levantar sospechas…las escaramuzas que había producido antes, me habían vuelto de alguna forma hasta familiar junto que al no quedarme aislado me convertía en un virus de proximidad que iba contaminado con su mirada.

Ellas sonreían y ellos sospechaban mientras que yo iba aguantándome la risa bajo una fachada que se mimetizaba con el entorno. Simulaba resentimiento mientras me escurría entre sus filas buscando a quien me había obligado a meterme en la boca del lobo, allí donde nadie quiere mirar… Hasta que la encontré bien al fondo.

Empujando un armario empotrado contra un grupo de atentos vigías, monte un revuelo que aproveche para avanzar en sentido contrario y colocarme junto a ella.

-         Creo que deberíamos marcharnos antes de que se den cuenta de lo que esta ocurriendo… le dije susurrando
-         No veo yo que eso vaya a ocurrir muy pronto.
-         Da igual, tu coge las cosas y larguémonos.

Eh tú! ¿ donde vas con la chica del jefe. ? - Suena a nuestra espalda

-         A tomar el aire… El jefe me ha dicho que la saque fuera mientras que se solucionan los problemas.
-         ¿Necesitas ayuda?
-         No tranquilo, creo que me puedo con ella yo sólo. Además creo que era ese mastodonte de ahí quien montaba tanto alboroto.
-         Gracias, ponla a salvo.
-         Sin problemas… Le digo mientras aceleramos el paso hacia la salida.

Todos los hombres saben mentir a la luz de la luna cuando el asunto que se traen entre manos trata de una estrella. A veces los planes funcionan y otras tantas las ganancias no compensan las perdidas. Pero mientras que quede un corazón latiendo en el frío invierno, siempre quedará esperanza que las cosas mejoren en primavera.

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