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miércoles, 21 de septiembre de 2016

Reventar la bolsa.

Puede que estés perdido en este momento y ni siquiera sepas que haces aquí. No soy quien para contarte ninguna historia que sea verdad, y por supuesto te diré que yo nunca miento o al menos no cruzo los dedos por ello.

A veces las letras te gritan desde el pasado en tu cabeza y tienes la opción de atenderlas o quizás al día siguiente tengas un motín al despertarte. Si acaso logras dormir por algún milagro inexplicable. Hace tiempo que deje lo de escribir. Leerme tan a menudo me daba complejo de mesías y sin ninguna tabla que entregar a modo de salvavidas. He tenido que hincar la rodilla y volver a pulsar teclas.

No es que no me guste. Sino que había perdido el momento de hacerlo.

Después de las vacaciones, cuando realmente no te encuentras en plena mierda porque sencillamente anteriormente tampoco habías salido de ella, tienes una cierta lucidez o puede que tan solo sea acumulación de palabras.  Pero tras muchas vueltas sin sentido, te das cuenta que el entrenamiento es lo que lo consigue todo.

A no ser que seas un hacha, o tengas una flor en medio del ojal. Sigo sin ser el tío más lameculos del mundo  (con las ventajas que eso conlleva) y apenas pido nada para mí. Me conformo con ser una cucaracha capaz de sobrevivir estoicamente hasta un holocausto o algo similar. Pero los cuentos se han enredado en las raíces y la ausencia de pelo hace que todo se vaya sin decir ni palabra.

No sería mala idea comprarme un sombrero y dejar por las noches que el escriba y ya me dedico yo a trabajar durante el día. Pero luego pienso que se joda el sombrero e invente el sus historias. Sé que hay que dar señales de vida. Lo dicen en algún sitio, en un panfleto o seguro que en algún manual de supervivencia en alta montaña. Pero a veces hasta yo necesito el silencio y otras matar a otros usuarios demoliendo a sus generales en la primera ronda de ataque/defensa.


Nunca fui de deportes de pelota. Pero eso de echarle huevos a las cosas, mira al final hasta te pagan por ello. Así que volveré no por la pasta, la fama o el reconocimiento. Sino porque a veces para hacer algo hay que prestar constancia y es hora de sacar rendimiento a la locura que me invade por las mañanas, que me seduce por la tarde y caza las ovejas cuando llegas a casa. Sé que aquí no hay estrellas… pero tampoco se puede decir fácilmente  que nadie produzca mil palabras coherentes en menos de treinta minutos.


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