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viernes, 13 de marzo de 2009

T4

Desde la ventana del avión todas las preocupaciones parecían más pequeñas jugueteando en las esponjosas nubes que quedaban bajo el vientre de ese Boeing plateado.

Nadie se percataba de la aglomeración de problemas que habían pasado media vida paseando a mi lado como un nubarrón de tormenta. Pero desde que decidí abandonar aquel país. La sonrisa no se había visto más que perturbada en la intranquilidad del arco de los metales.

El guardia civil por fin me dio el paso y desde aquel momento todo había dejado de importar porque en un aeropuerto internacional los objetos perdidos estaban abarrotados de cestas y maletas con mil embrollos abandonados.

Aquella mañana de primavera me exilié de esa tierra que me había visto crecer junto a mis pecados desde la mismísima cuna. Antes de mi partida final paré en Valencia donde alimente algunos fuegos de las fallas con mis deseos pirómanos más inflamables.

Cuando un niño exclamó: Mira mama que llamarada tan alta…!!!

Yo ya me escabullía entre la muchedumbre caminando lentamente de vuelta al aeropuerto para tomar otro rumbo distinto.

La azafata había anunciado la duración del vuelto y ahora se pasaba mostrando sus largas piernas desfilando por el pasillo. Sus tacones resonaban en mis tímpanos y de vez en cuando conseguía que la mirase de reojo mientras contemplaba como en los espacios sin nubes… mis traumas más pesados caían a plomo hasta desaparecer en el azul océano con una sorda zambullida.

A pesar de todo algunos de ellos aun continuaban mi captura planeando de una nube a otra sin demorarse mucho de mi rastro humeante. Eran viejos conocidos y como tales tampoco presuponía que fuesen a dejarme a la primera de cambio.

Pulse el botón de atención y las largas piernas trajeron a esa sonrisa hacia mi asiento. Mirándome a los ojos dejó sin aliento al pobre anciano que se sentaba a mi lado y ya que pasando sus pechos por encima de él, acercó la cara tanto a la mía que pudo leer mis suspiros.

Al incorporarse de nuevo bajó con un sugerente contoneo la falda a su anterior posición sobre las rodillas y mi mirada le acompaño hasta perderte entre las siguientes filas de asientos...

Para al momento regresar con una bebida que hacia crepitar los gajos de hielo en un vaso de cristal. Con un guiño me pediste cuidado y cuando el abuelo iba a pedir otra amablemente le adelantaste un par de filas por delante de mi asiento. Pidiéndole a otra compañera que si podía atenderle.

Cuando tu cuerpo se dejo deslizar en el asiento de al lado pude comprobar cómo mis enemigos más persistentes iban precipitándose conforme el sol cogía intensidad. El cielo por fin brillo tan celeste como el vientre de agua que se extendía debajo del avión.

Tus labios se acercaron a los míos, inexorablemente como la dulce muerte y se fundieron a mi saliva perdiendo el control. Los demás pasajeros desaparecieron entre la música clásica y delante de mi solo estaba ella.

Un calor agobiante se desato junto a la salida de emergencia y por un momento creí ver el reflejo de un fénix surcando el cielo. Aunque ya era demasiado tarde. Mis manos arañaban su espalda mientras nos mordíamos la boca para no dejar escapar ningún gemido…

La calma regreso tras un periodo de turbulencias pero el hielo se había fundido en el vaso… y el sabor del whisky había abandonado mis labios mezclado con un pintalabios que bailaba entre el rojo y el violeta. Sonriendo me dijiste que me traerías otra bebida mientras que yo terminaba de abrochar el ultimo botón de su camisa.

Una rápida secuencia de sus dedos acabo el lazo del cuello y mi mano se metió entre el pelo para devolverle algo que le hubiese podido arrebatar entre la pasión del momento.

El capitán anuncio el inminente aterrizaje y pidió amablemente que nos abrochásemos los cinturones. Note como sus manos rodeaban mi cintura mientras que al oído me pediste que no abandonase mi asiento hasta que cuando aterrizáramos trajese mi bebida.

Contemple como uno a uno iban descendiendo por la escalera el resto del pasaje. El abuelo del asiento de al lado se despidió dando gritos desde la puerta mientras agitaba su sombrero ridículamente sobre su cabeza. Yo ya no estaba allí y mi sonrisa reflejaba que la lista de mis principales errores se había encadenado en los últimos pasajeros que rebosaban la agonía del mono de la nicotina.

Otros me abandonaron por las prisas y los más siniestros acompañaron a un extraño hombre que había pasado el vuelo deseando caer al vacío… pero nada de eso ya importaba desde la cabina escuchaba el tintineo del hielo en el vaso y la voz de la azafata invitando al último pasajero a desaparecer con ella en alguna isla abandonada de la mano de Dios.

Por supuesto antes de que el pitido del micrófono hubiese cesado de sonar en los altavoces… la puerta de la cabina se cerraba detrás de mí y nuestros sueños volaban junto a nuestros labios entregados a la labor de borrar las heridas de nuestras viejas memorias.

1 comentario:

  1. Vaya, intenso relato, cuántos aviones habré cogido en sueños, y a cuantás islas habré llegado sin apenas enterarme

    Enhorabuena una vez más

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