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domingo, 22 de marzo de 2009

El hombre del sofa

Se llamaba Bob y no se sabía su edad. Según las leyendas había nacido en un sofá estampado de flores en algún lugar de la periferia de Madrid. De sus orígenes nadie se acuerda… como sucede con los mitos su infancia se perdía en la arena de un parque… en silencio y sin ningún testigo presencial que no fuese el amigo de un conocido.

El presente en cambio era más reciente. Su historia había corrido de boca en boca como la pólvora y cualquiera que hubiese contemplado su figura podría decir con ciencia cierta que ese era el hombre del sofá.

La gente no sabía más que ese dato adornando que una conversación con él era como ver una película. Disparaba escenas que representaba mímicamente con las manos. Raro era el día que un corrillo de personas que en un principio iban a tomar algo se quedaban absortas escuchando alguno de sus relatos sacados de la nada.

Era curioso como un personaje clavado en el esperpento de una España socializada era capaz de reunir tal elenco de publico alrededor de algo sin sentido y a la vez repleto de el… Un cuentacuentos que aun no había salido del cascaron, pero aun así había visitado todos los nidos de las casas de sus conocidos y demasiada gente le habría invitado a pernoctar en el sillón de sus casas.

La verdad es que en su excentricidad estaba su carisma. Y no cualquiera de ellos reunía los requisitos mínimos para una estancia feliz… En este caso el tamaño era importante… un diván era algo demasiado selecto para que un ciclo de sueño pudiese llevarse a cabo. En su defecto se producían ensoñaciones alucinógenas que acababan con caídas en espirales por lo que reposo inestable se sostenía sobre palillos y el frescor del tacto del cuero.

Sus favoritos eran los sofás clásicos de las casas antiguas… con la goma mullida y trabajada por los años en los que el sistema de correas o muelles había dado paso a una tabla que estabilizaba el sueño con su confortable madera.

Los que eran para tres era el reino de sus sueños… sabía conquistarlos desde el primer momento y cuando entraba en alguna sala de estar o salón se notaba como sus raíces le encadenaban a que realizase su ritual.

Lentamente y con el alboroto de cualquier cosa donde estuviese involucrado iba paulatinamente adquiriendo una posición privilegiada y con el conocimiento de los que saben en su hacer. Iba reclamando para sí su pertenecía momentánea.

Los dueños sonreían aliviados porque le hubiese agradado el asiento sintiendo poseedores de un gran tesoro y con el carisma de un anfitrión ofrecía presentes a esa mágica presencia.

No era ni un Dios ni un predicador de la palabra… pero cuando la curva del alcohol bajaba en pendiente siempre tenía un hombro que ofrecerte y unas palabras que acompañar en el descenso. Era tan especial que nadie le cobraba nada de lo que consumiese. Ya que era casi tomado por un regalo del cielo… su presencia reportaba una tranquilidad tan relajante como un masaje pero sin el engorroso contacto de unas manos extrañas… era como sentir la voz de un familiar en la cara de un viajante… algo muy conocido fuera de lugar.

Aun siguen preguntando donde se encuentra…
Como siempre dije es un alma libre… vaga sin rumbo fijo a ninguna parte. Tan cortes que te invitaría a acompañarte al fin del mundo si tuvieses tiempo para ir. No hay lugar que sus pies no hayan visitado o esté por visitar… un hambre atroz que le convertía en un ermitaño de ciudad.

En casa se le echa de menos desde que cambiamos de sofá… El pobre murió de edad avanzada y él estuvo en su funeral… algo sencillo y sentido en el punto limpio… le bajamos de la furgoneta y nos sentamos en rodeados por la basura… fumamos y reímos… hasta acabar llorando… le despedimos con una canción cantada a capela. Brindamos con cervezas y reciclamos los botellines… lloramos otra vez con el recuerdo de no tener que distinguir el color del vidrio a clasificar. Volvimos a casa con el alma en un puño y el resto abandonado con los sueños en el estampado de nuestro antiguo sofá.

Compramos uno nuevo y aunque participo en la elección sabemos que no es de su agrado. Dice que sueña en naranja y cae por acantilados… nosotros nos sonreímos porque tenemos camas y allí todos los sueños tienen almohadas.

Él tiene una extraña belleza descuidada como una mata de lavanda perdida en mitad de un monte de piedra. Rara de encontrar pero con su encanto.

Una vez le pregunté qué era lo que más le gustaba de dormir en un sofá…
El contestó que ese sitio le resultaba natural… que cambiaba en cada casa pero que cada uno de ellos estaba impregnado de todas las historias de una vida en una caja con cuatro paredes. Un objeto mudo testigo de los sucesos de cada persona. Un confidente fiel que ofrece un sitio donde descansar del mundo. Como si fuera dos gotas de agua cayendo en diferente lugar.

Nunca comprendí como podía dormir en un sitio tan pequeño con su increíble altura…
Sonriendo decía que él conocía el secreto… de esa postura ideal que hacía que cualquier insomne se zambullese en el letargo profundo de una tarde de domingo.

En ocasiones por la mañana tomaba café viéndole dormir con la paz de los ángeles mientras me preparaba para ir a trabajar. A veces se despertaba y esperaba amablemente fumándose un cigarro con el cenicero en el pecho. Sabia aguardar el momento en que saliera por la puerta llevando de nuevo la tranquilidad a su dormitorio.

Al regresar todo estaba perfecto… los cojines ordenados y la mesa recogida… nunca se habría imaginado nadie que allí había dormido una persona. Un fantasma del recuerdo una historia con leyenda… una nota en la nevera pidiendo disculpas por una robar una cerveza.

Bob era alguien increíble. Daba sonrisas de diamantes y películas de oro… con algo de suerte encontrabas una carta suya en aparador de la entrada… tenía un don para encontrar papel y con el lápiz que usaba para atarse el pelo en un moño escribía simpáticas reseñas como recuerdo de su presencia.

Cuando quise darme cuenta un cajón rebosaba de ellas pero daba igual… Bob tenía copia de las llaves y siempre que su agenda se lo permitía dormía con recelo a lo nuevo en casa. Nunca se quejo… pero todos sabemos que él prefería al antiguo.

Gasto tantas horas en ese sofá que parecían siameses… Fue el único que se quedo a solas con él en el vertedero. Se dijeron adiós como dos buenos amigos que no se volverán a ver pero que perduraran en el recuerdo. Como una despedida en silencio entre grandes amantes. Con la pasión latiendo fuerte en el corazón y con un nudo en el estomago.

Parecido al amor de una musa, estúpido y sin sentido. Una quimera llena de humo que desaparece en un segundo. Una historia de amor entre dos individuos que conseguían fundirse en reposo de las aguas de algún lago de superficie taimada y con un verde malaquita durmiendo en su seno.

Una leyenda que abrió todas las puertas de los hogares que querían santificar su sillón con su presencia… una bendición que llegaba con el sonido del portero anunciando su llegada y la gente
corriendo para preparar su asiento con el esmero de que cocina para un rey.

De él solo puedo decir que este donde este se despierta naciendo con una sonrisa… A su madre nunca la conocí pero una vez me contó que ella le sacaba de la cuna por la madrugada y se iban al sofá.

Dormían abrazados después de que le contase alguna historia porque según ella las camas llevaban las pesadillas escondidas en los muelles del colchón. Y que lo que rellenaba el latex no era mucho mejor. También temía a los monstruos que dormían en el armario y los que poblaban el terreno de las pelusas de debajo de la cama.

El sonreía como un bebe y lo sigue haciendo. Sigue escuchando la voz de su madre en todas las casas allá donde viaja. Una voz conocida en la piel de un sofá… algo familiar que le cambia el insomnio por pastillas para dormir. Un lugar que llamar hogar dulce hogar donde reposar hasta la mañana siguiente en la que salga el sol.

Cada día una odisea y cada noche una Ilíada… una historia con patas que nos lleva a otros lugares… un personaje salido de una comedia que todo el mundo debería contemplar. Una especie de Ángel caído que será el guardián de tu casa ante cualquier mal. Una gárgola acechando desde el salón a que cualquier cosa pueda causar heridas. Como una araña en su tela… en plena paz pues lo que tiene y lo que es esta tejido en las células de su cuerpo. Una simbiosis perfecta de los deseos de una casa compartida.

Alguien que está ahí en el salón esperando a que le saques de su trance para contestar las preguntas que te acechan en la vida… El demonio de la sonrisa que hace sombra a la caja tonta… un espíritu amable que otorga la suerte de haberle conocido.

Para invocarle sólo tienes que realizar una sencilla labor… enfriar cerveza en el congelador y buscar una buena película. Al rato vendrá flotando sobre una flor… justo cuando la última palomita se abra y el olor de la mantequilla anuncie el timbre del microondas.

En ese momento sólo tienes que desearlo y si es suficientemente puro aparecerá mágicamente como un milagro. Una golondrina reluciente surcando el cielo en busca de un nido donde plegar las alas y descansar de la tediosa labor de reinar el cielo modelando las nubes para que los niños aprendan a hablar.

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