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domingo, 22 de marzo de 2009

Helios


Desquiciado por el olvido del mundo seguía allí brillando abandonado de la mano de cualquier Dios que controlase la energía. Una bola de luz ardiente destinada a marcar el tiempo de los mundos que estaban atados a su redil.

Un amo exultante de fuerza y poder que relucía con la única compañía de sus propias palabras barridas por el frio viento espacial. Solitario e incomprendido durante una eternidad…

Un justo castigo para un rebelde sin causa que vivió hasta el último suspiro de su libertad antes de ser esclavizado como pena a sus castigos. Variados y diversos como la carta de un restaurante cuya única idea era la de satisfacer todos los gustos.

Un sibarita como él no pudo jamás dejar escapar la oportunidad que esa noche le fue brindada y reuniendo todo el valor que llenaba el absurdo vacio de sus bolsillos hurgo en ellos hasta sacar los puños cerrados manteniendo en secreto su contenido. Miro dentro de la mano derecha y arrojo su contenido al suelo de mármol del palacio imperial.

Dos pequeños dados de metal centellearon camino al trono enmascarado el resultado hasta el momento final. La poderosa voz de Helios rugió entre las columnas precipitándose ardorosa sobre la presencia del todopoderoso que con un gesto de su antebrazo le lanzo contra una pared que quebró con el impacto de su espalda.

Sonriendo se levanto sacudiendo el polvo que pudiera haber contaminado su impoluta túnica de seda y alzando el puño reclamo lo que los dados habían anunciado… un seis doble que inclinaba la balanza hacia el lado que le interesaba.

El viejo se toco acariciando la barba mientras musitaba algo entre los dientes… su ira se había calmado momentáneamente y solo queda un resquicio de una amable aura dorada que añadía a su semblante una expresión de cariño silenciado.

Uno de los oráculos rompió el silencio con un alarido mientras que entre sufrimientos sus ojos blancos mostraron a los presentes el futuro que se estaba gestando en esos momentos… Todos atentos hasta el rey; que nervioso dudaba entre los balbuceos del Dios y su oráculo… el sudor comenzaba a surcarle la sien dirección a la mejilla. Truncada por el camino con un gesto de su mano que volvía a esconder el embuste de sus temblorosos ojos.

El pavor se iba amarrando a su cuello y tal opresión le iba haciendo insoportable respirar sin emitir sonido alguno entre sus gruñidos. No parecía que nada pintase bien en esa situación. Estaba implicado en un asunto tan turbio como la podredumbre de los hombres y había traicionado a hechiceros y titanes hasta conseguir presentarse hasta el mismísimo Dios en persona.

De su parte todas las argucias de un humano que tenía tantas mentiras en su sangre que se había vuelto tan oscura como la noche. Un alma corrompida por el ansia del poder y la locura de los que buscan la vida eterna menospreciando la vida otorgada en el periodo de prueba.

Su tiempo se agotaba a cada latido de su corazón y el dolor de sus pulmones no le aventuraba un buen final para esa maniobra en la que había acusado injustamente al joven Helios de sus furtivos romances con la Diosa Selena la cual era presumiblemente la musa que más inspiraba por su divina virginidad.

Todo era un feroz ataque de celos de un monarca con una terrible ansia de conquistar hasta el cielo. Su naturaleza se había vuelto tan inestable que hasta atento con la única ley con la que no se podía jugar ni engañar… el karma se había materializado en forma de un flujo exotérico que lo inundaba todo con un azul radiante que hechizaba con su electricidad.
El silencio le acompañaba como estela hasta que la voz del Dios bramo cayendo desde el cielo con todo el peso de la justicia. Se apoyo en su vara y camino tranquilamente bajando las escaleras que le llevaban al salón central de la nave de las columnas.

Se agacho y recogió los dados del joven incauto, sonriendo en el proceso… y reanudo su tranquilo caminar hasta donde se encontraban los acusados…

La diosa Selena lloraba lágrimas de plata que caían por sus pálidas mejillas. El rubor de sus labios palpitantes hacían los coros de un corazón desbocado ante el futuro que se avecinaba, ese oráculo nunca equivocaba los designios del Karma puesto que malinterpretarlos le costaría la vida por el mismo flujo.

Dios paro delante del rey y comenzó su discurso.

Su voz anego la estancia con su estruendosa presencia. Alego la traición de ese mísero humano que con la cara contraída por el conocimiento de su sacrílego error que acaba de cometer. La soga se anudaba alrededor de su cuello con la premura del que aguarda al momento en que la orden dejase de ser un mero pensamiento… quizás su último en una corta vida anhelando el poder suficiente para adquirir la inmortalidad.

Acto seguido y cuando el mesías se aparto de él. Su cuerpo se volvió de pura piedra negra que recordaría su castigo no más modesto que el paso del tiempo que gramo a gramo erosionaría la superficie de la estatua hasta convertirla en polvo al final de los días… Una tortura eterna del que se borra en el olvido de la existencia. Sintiendo como poco a poco volvería a la nada sin más retorno que donde le llevase el viento… condenado en terminar sepultado con conciencia por el sedimento de las edades.

En cambio la expresión de satisfacción del Dios se borró de su amable rostro cuando con una mano se apoyo en el hombro del joven Helios. Su tristeza broto con gotas de oro que caían al suelo desde sus ojos llenos de energía pero en los ojos del joven no mano lágrima alguna. El tintineo anunciaba el inminente castigo que le iba a acontecer.

Ese sentimiento se traslado con la información del castigo que le tocaba ejecutar… un lamento triste del que sabe que la ley llegaba a todos por igual y que a pesar de ser una buena persona era cierto que entre él y Selena había habido más que palabras. Perdiendo el Olimpo de una estocada dos de sus figuras más prometedoras en el ascenso a Dioses supremos. Una pareja que se intuía en las quinielas… en silencio y despacito. Pero que no sorprendía a nadie.

La pena entonces fue nombrada por el propio Helios que agachando la cabeza acepto solemne su eterna condena. Que no era más que reinar en el firmamento de una pequeña vía láctea… a su lado tendría a su vez a su amada Selena. Pero lo que era justica se torno ironía con la misma facilidad que un vaso deja de estar lleno con el mismo movimiento de la bandeja… un toquecito y las piezas encajaban unas con otras hasta formar en silencio el secreto de sus pecados.

La sentencia iba aun mas allá, ya que al lanzar los dados a la cara del Dios había jugado con el azar en un antiguo juego que se perdía en el pasado. Aceptando toda culpa y jugándose todo a un número que hablase por él. Su seis doble le hacía poseedor de una pequeña posibilidad. Zeus arrojo los dados al suelo que fueron a parar a los pies del propio Helios que con estoicismo miro a los ojos el resultado de la tirada un seis y un cinco que le hacía ganador de un deseo.


Como conocía los designios del Karma no permutó en momento alguno la sentencia escogida suplicándole al sol un absurdo deseo del azar. Tirar los dados cuando pidiese clemencia. Y así conseguir sus anhelos que no eran otros que volver a encontrarse con su amada aunque solo fuese un instante en que todo estuviese en su lugar como debería haber sido.

El Karma aceptó la petición y le encadenó a los pies todos los planetas que estarían a su cargo. Colocando en uno de ellos a su amada diosa que podría contemplarlo por el resto de los tiempos.

Cuentan las ancianas y los gatos que en los eclipses gana Helio en sus apuestas al Dios y consigue así besar los labios de su amada en un momento en el que el corazón de todos los que lo contemplan se para por completo. Un punto donde todo empieza y todo acaba dejando como recuerdo el ardiente placer de sentirse completos en un segundo.

Un Helios ardiendo de pasión cada ciclo de la absurda creación que no fue más que un castigo de sus deseos más sublimes mientras que le prometía a su amante poder pasar la vida entera siguiendo el rastro el uno del otro en el continuo ciclo de la noche y el día.

En el fondo de mis oídos escuche el tintineo de los dados sobre el mármol y salí corriendo en busca de sus labios. La encontré escondida entre las ramas de un sauce llorón que escondía sus heridas. La acerque a mis labios y sane todas sus cicatrices en el mismo instante en que el eclipse llegaba a su cenit.

Note como su corazón latía por primera vez junto al mío mientras que su boca dejaba de luchar contra la mía. Todo se volvió suave como la seda y en el cielo volvió a brillar el sol con renovadas fuerzas… en la retirada de la luna me pareció escuchar que todo el mundo nos pertenecía…

Yo ya estaba demasiado lejos de allí camino a ninguna parte sobre un lecho de hojas que surcaban el cielo como una mullida senda de flores… su sonrisa brillaba al frente de todo tendiéndome una mano para desaparecer de un mundo condenado a malinterpretar un amor tan puro que mereció cualquier castigo antes de quedarse por imposible.

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