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lunes, 3 de diciembre de 2012

El rastro del carboncillo.



Gasto mis días como si fueran lapiceros que se difuminan en el papiro de mi existencia, dibujo todo lo que veo y lo salpico con que siento. Al igual que el frío invierno mi cuaderno se llena de grises y calles abandonadas de su común trasiego al caer el sol. A los árboles todavía están perdiendo el pelo temiendo lo que aún esta por llegar. Media España esta de huelga y a la otra ya no le quedan lágrimas que malgastar. Sólo una minoría empieza a prosperar como las setas en medio de un húmedo bosque… esos personajes ni siquiera salen en mis bocetos. Yo pinto realidades no cuentos para niños que aún no han ido al colegio.

Mis princesas desgastan la calle Montera con sus tacones inagotables y los alquimistas de esta época, descienden de la antigua Rumania y provistos con sus tazas convierten el tiempo en plata sin siquiera hacer nada más que mendigar.

Los caballeros valerosos ya no entienden de justicia porque no es parte de sus funciones, y su único deber es proteger y salvaguardar la seguridad del pueblo, incluso a veces de ellos mismos. Los verdugos, nunca llegaron a extinguirse porque cuando empezó la moda, cambiaron sus hachas, los yugos y mascarás… por traje, corbata y una pluma cuya tinta nunca se acaba a diferencia de sus créditos. Ahora ya ni siquiera se manchan las manos de sangre. Son como una nueva mutación del virus del suicidio, y sólo contamina a los que tan pobres no les queda más que esa deshonrosa salida.

Pero dicen que esto se va a acabar… que todo mejorará y que no será más que un mal trago del pasado.

Y la verdad es que esta muy bien. Con un buen eslogan puede que incluso pudieran usarlo como publicidad subliminal repartido en octavillas. Pero no sería otra cosa que no fuese tan hipócrita como la muerte regalando flores a los ancianos terminales. Yo sigo llenando mi vida con láminas inacabadas y lienzos sin marcos dorados envejeciendo frente al tiempo.  Miro hacía atrás y todo empieza a estar emborronado, como mis apuntes de álgebra de la universidad. Los números siguen sin fallarme en cualquier realidad, salvo que en el presente cada vez son menos y menos… y a veces temo que llegue un momento en el que ya no tenga nada que contar y de nuevo empiece a aburrirme como un objeto solitario en un almacén abandonado. Simplemente sumando polvo, únicamente restando belleza a la vida.

Recuerdo los días con lápices de colores, puedo sentir los verdes llenando de frescor los rincones y los calidos amarillos templando el ambiente y la piel. El azul casi blanco, tan clarito como los ojos de hielo que buscaba por los rincones más oscuros de mi ciudad y también el olor de las flores que ya no encuentro a penas en esta pequeña manzana podrida que empieza a derrumbarse. Cuando todo termine podré volver a pintar paisajes… hasta entonces sólo me queda plasmar la decadencia del hombre que se arrodilla y que dentro de no mucho acabará arrastrándose por el suelo como los reptiles en la involución opuesta de Darwin. Lo peor de todo es que la iglesia vuelve a llenarse de suplicantes que ya no son de aquí, sino de otros países, porque ni siquiera quedan católicos fieles.

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