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miércoles, 26 de diciembre de 2012

Cuéntame otro cuento.



Cuenta la gente que una patada en los huevos duele más que alguien te rompa el corazón. Quizás el problema radique que le dan más importancia a la parte recreativa que a la que siente y padece.

Ella me decía que nunca me haría daño, ni jamás me abandonaría. Pero yo la escuche reírse mientras se alejaba en dirección contraria sin ningún ánimo de girar la cabeza, aunque fuera para despedirse míseramente. La gente cuenta mucho y cumple poco, al igual que ese jefe ambiguo que a la vez que te da palmaditas en la espalda por lo bien que lo has hecho, te clava un puñal y lo retuerce sin que te des cuenta.

El primer día del trabajo, comentaron que todo iría mejor, pero meses después sólo hay una soga en el patíbulo y uno a uno hacemos cola para pasar a la palestra y poner la mejor sonrisa que se pueda sin que se note el nerviosismo.

Disparale corre, me gritan, pero yo alejo mi índice del gatillo no por desobedecer una orden ni provocar desacato, sino porque sencillamente no soy quien para matar a nadie que no sea a mi mismo.

Ella, sigue partiéndose el culo escondida en un bunker del mapa. Oculta para todo el que no reciba toda la información. A veces se olvida del silencio y me habla, pero en verdad calla más de lo que dice, y a estas alturas cuenta el doble de mentiras que de verdades. Ya no se sabe ni donde esta el Norte porque dos bipolares al cuadrado simplemente es todo un caos en medio de una paz tan fingida como disfrutada.

El ejército de monos sigue lanzando sus excrementos contra mi ventana. Chillan y disparan sin conseguir un solo acierto, no por falta de tino… sólo porque no me quedo parado cuando alguien me fusila a contrapelo. Sonrío y esquivo. Evalúo y sorprendo con una andanada de bananas que desarman sus peores instintos mientras se la pelan al igual que los que tienen sarna y no les pica.

Antes de que todo se vaya a la mierda, estaré tan lejos que mi sombra no será visible ni desde el cielo. Estoy cansado de luchar por un estandarte que ni lleva mis colores, ni tampoco me representa en absoluto. Me paso el día corriendo sin moverme del mismo sitio, Mi rutina no deja de ser un pozo de arenas movedizas chupándome hasta la medula, para al ocaso escupirme hasta la mañana siguiente. No hay balas con camisa metálica en mi fusil suficientes como para plantearme el suicidio con una pizca de esperanza en lograr mejorar mi suerte. Conjugo el verbo joder en todos los tiempos y personas como si fuera el padre nuestro de un fiel devoto de Dios.

Todo se derrumba y a pesar de ello, sigo recogiendo los trozos rotos con la inconsciente idea de al final del día arreglarlo. Pero cuando se acaba la guerra, ni siquiera hay ganas de ponerse a la reconstrucción de algo que al día siguiente volverá a suceder con la misma exactitud condenándote de esta manera a repetir las cosas a diario sin conseguir una mejora.

Cuando todo termine, desapareceré del radar y daré esquinazo a los problemas… Me olvidare de las responsabilidades sin recompensa y en el tu me jodes, pero yo no en la eterna frustración del que establece la monotonía como reina de sus actividades laborales. Taylor se alegra y a mi se me revuelven las tripas de pensarlo. Si me ves sonreír mientras estoy solo, no te pares. Porque podrías tener peor fortuna que la mía y que a alguien desmemoriado le diese por confundir los vicios con los deberes.

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