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domingo, 20 de noviembre de 2011

Campos de castilla.


El pasado vive a la vuelta de la esquina, es como ese vecino indeseable que tarde o temprano acaba por cruzarse contigo cualquier día de la semana. No importa lo que intentes esquivarlo, evadirlo o incluso planificar todo para evitar ese determinado momento. Al final sucede.

Ahora toca rescatar fragmentos entre el polvo, igual que un paleontólogo con su brocha, escarbar y encontrar el tesoro que esconde el secreto de cuando conseguías sentarte delante de un libro y no querer huir a ninguna parte. El  presente suena a fuga de segundos como una cañería mal ajustada, lo malo es que el depósito se esta vaciando en medio de la peor sequía de la historia.

Pero al menos, la tierra huele a mojado… toda la muerte y la ceniza de la ciudad se esta convirtiendo en un buen sustrato donde plantar algo. El invierno promete ser tan duro como los trabajos forzados que habitaban por Siberia entre los osos polares. La incertidumbre ya no juega con Heissenberg por las mañanas, a veces es como una soga danzante atada a una viga. Baila al ritmo de un metrónomo con los pulsos tan lentos que parecen poseer el compás de la eternidad.

El reloj sigue con su maldición en forma de letanía arrancando días del calendario… no entiende de concesiones, es como una bomba de relojería grapada a la espalda. Escuchas los pitidos, pero desconoces lo que queda de tiempo. Lo importante es que si encuentras ese punto intermitente y logras que las pulsaciones se sincronicen con el, el tiempo se vuelve una línea infinita donde la paciencia es un vehículo impulsado sin energia.

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