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domingo, 9 de septiembre de 2012

La eutanasia de la vorágine.

Siguen las ganas de matar latiendo dentro de mí… esa corrompida energía que desea desde el fondo de mis entrañas en salir y arrasar con todo lo que permanezca en pie a mi paso y no parar hasta dar la vuelta y encontrar el rastro de la destrucción como de una obra de arte se tratara. Vive dentro alimentándose del odio que araña de las paredes de mis tripas, creciendo con la envidia y la soberbia como un tumor benigno que lo invade todo sin hacer rehenes.

Llama a la puerta un par de veces cada día esperando que en un descuido la abra para que se escape y siembre el caos y la desesperanza allá donde vaya. Si tuviese que comprarle zapatos… calzaría dos barcas y es que fuera de mí la bestia al igual que un gas que se expande hasta ocupar varias veces mi volumen. Aprende y razona cuando pretende hacerse la adulta para que la deje salir a pasear, pero nunca se puede confiar en alguien que tiene escondidas a su espalda un universo de malas intenciones.

No la puedo culpar, porque durante años, la fui alimentando en la soledad de mi cuarto, le daba lo que a mi me sobraba y hastiaba… todo aquello que me hartaba era pasto de su afilada dentadura que roía hasta los huesos mas duros como si fueran plastilina. Adoraba la sensación eléctrica de acariciar a un animal salvaje con su pelaje tan erizado como el de un puercoespín. Y nada me hacia presagiar que algún día, se me escaparía de las manos el cuidado de esa criatura.

Mi cuerpo aguanta como cárcel hermética de mis monstruos interiores. Pero a veces mi cerebro me juega malas pasadas y decide bajo su cuenta y riesgo sacarlas cuando algo no va bien, o hay alguien que realmente me encabrona su mera presencia. Se oyen los cerrojos y trago saliva… porque a algún imbécil le ha dado por pensar que la selección natural es cosa de los animales y que soltar a una bestia allanaría el camino o al menos haría su transitar mas ameno y confortable sin todas aquellas personas que no merecen si quiera el aire que les llena los pulmones.

Un palpito en las venas y el calor enciende el fuego del infierno hasta consumir los barrotes y convertirlos en hilos de estaño, Agarro las cadenas fuertemente antes de que ninguna escape a mi control, aunque en verdad a veces simplemente me dejo llevar y es cuando en un momento pasan por delante de mi todos los engendros de lo que sería mi propio zoológico de seres tan grotescos que su contemplación sencillamente repugnaría a cualquier persona que no sea yo. Para mi son tan adorables que el día que me canse de separarlos del mundo entero, prometo sentarme en primera fila a presenciar la rebelión de mis presos.

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