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sábado, 14 de abril de 2012

El gran sabio blanco

Era aún pronto como para levantarse de la cama pero afuera hacia un increíble buen día… uno de esos que te invitan a comerte un mundo que huele a harina y mantequilla recién horneada, y en el que todo sienta mejor que el día anterior y seguramente que lo hará mañana. El cielo estaba tan azul que era casi digno de postal, como si todos los pintores del mundo hubiesen echado horas extras en la mezcla  perfecta de celeste, para después olvidarse por completo de colocar nubes algodonadas desperdigadas por el firmamento y no hubiera nada más que un sol radiante saludando con una gran sonrisa para desearte muy temprano toda la suerte habida y por haber.

El tiempo había dejado de latir y yacía inconsciente con parada cardiorrespiratoria en mitad de las vacaciones… ya no había prisas ni horarios concertados… exclusivamente libertad porque las obligaciones se habían quedado deliberadamente olvidadas en el cubo de la papelera de la habitación del hotel. Nadie me esperaba en ningún sitio y si lo había… no importaba demasiado mientras caminaba sobre un sendero de piedras erosionadas por la historia y millones de vidas que anteriormente habían caminado por ese sitio antes de mi llegada.

Pero a diferencia de la mayoría yo no pude volver a escapar de allí, me quede plantado a la orilla de un fresco cielo rodeado por césped y rocas… surcado por patos que nunca alzaban el vuelo y muchos peces volando a su aire entre las ondas que se dibujaban en su superficie… todo sonaba a buena brisa suave… sentía su caricia que a continuación  se enredaba entre las ramas vecinas moviendo sus hojas cual aletear de un pájaro mientras el sol secaba el barro en que se habían convertido las horas y los días… yo en cambio me fundía lentamente con el suelo… mis dedos oreaban la tierra húmeda igual que unas raíces huyen de la luz hacia la protección de la oscuridad y el tiempo se volvió de sombra de nuevo en lo que una vez fue el imperio romano.

Comenzando de esta manera la historia del blanco árbol-persona que jamás llego a cruzar al otro lado del rio, porque se quedo allí parado sin poder nunca escapar del arrullo del agua que discurrida debajo de ese puente que tantas veces había visto en sueños. Cerró los ojos y se perdió en el recuerdo de esa voz cristalina y risueña con el timbre de su infancia corriendo por las verdes praderas y los campos de cereales que ya en verano pintarían paisajes marinos en medio de una tierra tan alejada del mar que el viento ya no le queda rastro de haber tenido el aroma del mar.

Quedó en ese lugar cual girasol de Van Gogh  esperando a hacerse famoso viendo pasar día a día el mundo delante sin tener siquiera que mover sus pies para seguir el ritmo como cualquier otro animal de la extensa manada.

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