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domingo, 29 de abril de 2012

Dominación y sus posesiones.

La mayoría de los días me levanto queriendo conquistar el mundo, no obstante casi ninguno lo consigo. En absoluto es debido causa de preparación ó capacitación insuficiente, tampoco es por nada de falta de motivación y ni tan sólo por falta de liderazgo. Ya ni siquiera lo achaco a la suerte o a la desgracia. Los días buenos pienso que el planeta merece una oportunidad de salvarse de mi mandato.

Los malos en cambio parece que el mundo se pone en mi contra, empieza por algo sutil pero a su vez significativo, ya que el globo tiende a girar a una velocidad superior a la que yo puedo alcanzar por lo que sin ayuda mecánica el problema se pone casi inabordable desde primera hora de la mañana. Aun así, ajusto los cálculos para ver si consigo tomar las riendas de la tierra, aunque es raro el día que saco algo claro entre bocetos y estrategias.

Después hay otros en que todo parece ir sobre ruedas, consigues los objetivos y logras maquillar la realidad defendiéndolos uno a uno mientras sigues a rajatabla la lista, pero cuando llevo unos cuantos consecutivos, todo se vuelve tan difícil como proteger una plaza de toros uno sólo, al principio es fácil… después se complica.

Los enemigos se juntan en grupos y a pesar de que llevas tiempo dándole vueltas a eso de tener aliados, cuando caes en la cuenta, no hay nada firmado y allí estas tu, estoicamente fortificado en un queso de gruyere a punto de ser asaltado por una manada de ratones del tamaño de elefantes. El valor se ha convertido en una palabra vacía pues sin la consecuencia final que sería la muerte, es como un objeto de plata que cuando esta sucio se limpia para dejarlo ensuciar de nuevo.

Y es cuando tragas saliva y es la primera vez en la vida que parece un jodido ladrillo, pero respiras y sonríes porque de alguna forma siempre sobrevives a las batallas y tras tanto morder el polvo has logrado adquirir un ápice de experiencia en el arte de la guerra y es de astutos guardar un par de secretillos en la despensa. Para que ninguna derrota sea tan cierta como tú le quisiste permitir. Pues se vende cara la vida, pero aun más el conocimiento de esconder lo mejor de ti para el último momento. Y si he de perder que a sí sea pero que no sea por voluntad que así yo lo quiera.

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