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lunes, 23 de abril de 2012

El conde condenado.

Hacia frío en esa maldita estancia que llamaba habitación para camuflar una simple cueva como si fuera una mansión. Allí donde esta mi mundo es mi hogar siempre se podía utilizar con casi cualquier cosa que poseyera un techo. Los demás extras en ese caso eran demasiado superficiales incluso inútiles sin el resto de lo que normalmente lo acompañaba… Simplemente era la solución más sencilla y barata que había encontrado al problema de la ausencia de un lugar donde acostarse el poco tiempo que su insomnio crónico le permitía a sus 30 años.

No tenía puertas, ventanas o luz siquiera, pero tenía algo con los que los indigentes contaban para las heladas noches de invierno. Un menú basado en su lema PiCaMe, que también funcionaba contra los mosquitos e insectos. Plástico, Cartón y Manta. El uso en el orden de esos productos era tan personal como el de que con que mano te limpias después de algo tan sencillo como cagar o con que pie te levantas por la mañana. Una proporción dirá con la que pille a mano, otra se indignará con tal intimidad y otros tendrán que pensarlo.

Él lamentablemente ya no tenía los modales de antaño, ni la finura que sus riquezas le otorgaron en su pasado. Vivía en una cueva alejada del mundo habitado, exiliado por una mezcla entre vergüenza y bochorno de comparar desde donde había empezado a donde se encontraba ahora. Algunos dirían el que se cae siempre puede volver a levantarse… en esos momentos les hubiese rajado el cuello alegremente por cínicos. Le quitaron su vida, su dinero, su poder, todo lo que había sido y había poseído, le había sido arrebatado por una traición incomparable urdida por la arpía de su mujer.

Lo normal sería, ya claro… él no tuvo nada que ver.

Y si, en efecto, él era inocente de todos los cargos menos de uno. Haber calado a su esposa antes de casarse e haber instaurado una cláusula en su matrimonio donde especificaba que cualquier infidelidad sería sancionada con la perdida completa de todo bien en conjunto.

Lo que nunca pudo prever es que su propia idea se pusiera en contra suya al perder la conciencia. Y fue así como tal vileza ocurrió:

Su mujer le durmió con cloroformo una noche mientras miraba la televisión acechando entre las sombras y atacándole por detrás. No hubiese sido nada en comparación con lo vivido junto a ella, si no fuera, porque le llevo a la cama y dejando entrar a una puta que previamente había pagado y sobornado para que tuviese relaciones con su marido que yacía en la cama.

Lo siguiente estaba claramente evidenciado con fotografías, testimonios de vecinos, del mayordomo y la ama de llaves. Que no podían creer lo que había ocurrido con las exquisitas maneras que poseía el señor. La mujer agraviada le acusaba por lo que había llegado a urdir mientras ella descansaba en el otro ala de la mansión debido a la falta de amor que ya reinaba en la pareja tras años de matrimonio sin descendencia.

En fin no hay mucho más que contar… Ella ganó el juicio y él se auto condenó al exilio de haber perdido su propia jugada. Ahora despojado de todo lo que realmente no necesitaba era feliz en un lugar que estaba escondido dentro de una de sus muchas villas de descanso que le venían de herencia de la familia. Lugar donde quizás paso más años en su infancia por poseer un lago privado y mucha comida en todos los formatos que ya en su adolescencia paso a probar.

Y allí aguardaba en su propia jaula tumba, esperando a que la siguiente partida le sobreviniera, porque en el fondo de todo el conocimiento otorga la sabiduría en su caso puede que incluso un poco más, pues a ser el que poseía realmente los apellidos legítimos sabía que el patrimonio de la familia era indivisible y evidentemente no comerciable porque era legado al primogénito de cada generación.

Suerte tuvo cuando se casó de encontrar a una señora madura que le doblaba la edad y cuyo principal fallo era su aversión por los niños junto a su incapacidad para procrear.

Así que podía esperar a que la puta de su señora estirará la pata, le daba igual que se gastase hasta el último centavo en alcohol (otro de sus grandes vicios junto a la cocaína) que todo eso le acercaba rápidamente a retomar su fortuna. Se alegraba de su buen hacer suspirando mientras comentaba que de todos los errores soberbios se aprendía algo.

Sentado en su trono de piedra, masticaba entre sombras una pata de faisán que andaba medio comida en una fuente de barro sobre las brasas… degustando la exquisita carne afrutada por las bayas de las que el animal se alimentaba, satisfecho por ser uno de aquellos hombres que cazaban lo que en su mesa se cenaba. Algunas cosas nunca cambian… otras sólo cambian de estado y momento.

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