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lunes, 27 de abril de 2009

La habitación de los sueños

No era mas que un cuarto más de una casa, uno no muy utilizado y que antes de que lo visitase con asiduidad solo se dedicaba a generar polvo y pelusas, para después ordenarlas en sus rincones y debajo de la cama. Allí nadie dormía y solo recibía invitados muy de vez en cuando.

Entonces un día descubrí el secreto de lo que ocurría y comencé a ir todos los días. Al principio fue una especie de intuición que poco a poco se fue confirmando. Resulta que al atardecer los últimos rayos del sol se reflejan incidiendo en los cristales del edificio de enfrente y condensando sus reflejos en un hilo que pasaba por un agujero de la ventana.

Ese agujero era la ventilación del pingüino que usábamos en verano para sofocar el infierno que hacia en esa maldita ciudad olvidada por un Sabio. Lo que ocurría no se sabia el porque ni la intención pero al anochecer la luz se volvía liquida y se vertía en el suelo de esa habitación.

Era un desperdicio que ocurría a diario y como al final nos quedaba algo de dignidad después de todo en vez de dejar que se perdiera entre las sombras de la noche. Comenzamos paulatinamente a recolectarla en palanganas para acto seguido meterla en alguna botella con cuidado de que no se cayera ni una sola gota de luz.

Pero el tiempo fue pasando y esa habitación que en inicio era de invitados se convirtió en la habitación de los soñadores. Porque con el brillo de sus recipientes no había nadie que pegase ojo allí, pero en cambio a los que habían desarrollado la habilidad de soñar despiertos en esa luz veían formarse las imágenes de las historias que bullían en sus cabezas y sintiéndose iluminados conseguían que sus ideas dispersas se concentrasen como un hilo de oro que unía todo en una especie de serpiente de conocimiento y poder plasmarlas en el virgen papel.

Cuando todo el mundo quiso entrar en ese cuarto observamos que ese grado de iluminación generaba una adicción tan alta que ni a escobazos conseguíamos retirarlos del rellano del portal y antes de que la masa se sublevase escogimos una opción algo radical, pero en su defecto mas positiva.

Congregamos a todos aquellos soñadores que deseaban volver y le cambiamos las visitas por una gota de luz… en el mismo edificio que el programa hombre repartía su metadona nosotros con un pipero fuimos repartiendo nuestra gota de dosis de luz.

Todos iban a la misma hora y recibían la misma ración… sonreían y nos entregaban copias de sus textos. Al final tuvimos que convertir nuestro salón en una biblioteca que se extendía por la superficie de todas las paredes… Después de un año tuvimos que cambiar a otras habitaciones y algo después tuvimos que abrir una biblioteca cuando arrebatamos todos los jonkies al proyecto hombre y comenzaron es escribir tratados sobre sensaciones alucinógenas que eran los preferidos por los psicólogos curiosos.

La vida se abrió paso a través de la luz del cristal y todos los habitantes de esa ciudad desquiciada encontraron las palabras que siempre quisieron encontrar. Al final deje mi trabajo y me quede a vivir en esa habitación convirtiéndome en su alquimista. Mis compañeros de piso montaron un biblioclub al cual con una cuota básica al año tenían derecho de coger cualquier libro que reposase tranquilo en alguna de sus repisas.
La biblioteca creció tanto que acabamos por comprar el edificio entero ya que muchos de los vecinos eran asiduos a la literatura y todo acabo transformándose en una comuna literaria que era nutrida por la química de la luz de nuestra ventana.

Una utopía había surgido quemando al propio 451º Fahrenheit… compramos a los clásicos y terminamos por llenar la manzana de libros. El publico comenzó a vivir entre palabras y el dialogo responsable y respaldado se podía escuchar por las calles que acababan en esa tarta de palabras con azúcar. También abrimos un café y un pequeño restaurante para saciar el hambre de los que se quedaban a leer por los alrededores.

Incluso había gente que se agolpaba para ver a la luz condensarse en el agujero de la ventana. Cuando llegué a esa casa pensaba que se acabarían mis sueños por volver a mi vieja ciudad. Ahora resplandecía la tinta en opulencia por todos los rincones. Mi mundo de palabras había venido a instalarse a mi lado y hacerse real.

Mis palabras se perdieron en cada gota de luz que entregaba y en el fondo no dejaba de ser una semilla que implantar en otro cerebro. La orquesta sonaba y la música rodeaba el lugar de mis sueños. Alfonso X el Sabio sonrió en su lecho y por fin las palabras volvieron a reinar en aquella ciudad donde los autores perdieron sus palabras derretidas por el calor del mediodía.

En cambio por las noches de insomnio comencé a vivir en mis propios sueños reflejados en una palangana dorada. La luz llenaba mis días y la luna se encargaba de la noche. Yo simplemente tejía con gotas las palabras del destino en manos de otras personas.

Un grupo de relatos en que ellos eran mis propios personajes. Cada uno una función… cada sueño a la carta repartido en un pipero como la belladona que dibujaba colores en las pupilas de mi pasado.

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