Acechante como la siguiente noche cuando ya despunta el nuevo
día, la tragedia se masca a varias calles de distancia, sabe a catástrofe y promete
dolor. Pero no hay miedo, ni un ápice de esa absurda conciencia que te susurra
que no vayas, que ya todo esta perdido de antemano, que pensar solo en ir es sinónimo
de suicidio… pero sigues avanzando no por valor, sino por voluntad.
Porque de alguna manera es lo único que sabes hacer bien en
la vida. Acudir puntual a la batalla y esperar que de alguna manera al final
del día sigas manteniendo parte de la sonrisa inicial. Pelear durante horas es
cansado, un poco monótono y un pelín aburrido. Pero a su vez es excitante,
divertido y quemas calorías… así que tampoco es del todo malo. Suena mejor
cuando se hace en una cama, pero en una cocina también tiene su encanto. El
lugar no importa demasiado, la cosa es disfrutarlo para hacer que pase el
tiempo sin que te des cuenta. Un bálsamo calmante que te introduce
relajadamente en todos esos sueños que te fueron vetados de por vida.
La condena del insomne es perder con el tiempo toda esa
imaginación que se despierta cada noche de forma inconsciente, no se va a
ninguna parte… tan sólo se esconde entre las sombras y espera a que la chispa
salte para inmolarse contra ella y crear fragmentos fulgurantes que brillan
intensamente antes de apagarse. Y de pronto te encuentras en una feria continua
limitando los pensamientos para no descuadrar en el día. Ajustándolos para no
pasar por las zonas prohibidas y dar comienzo sin consentimiento a ese festejo
inapropiado.
Cada noche para los gatos empieza cuando las brujas dan
cuerda al reloj y las calles se quedan vacías. Caminas tranquilo por la calle
porque el frío se va marchando hacia otros lugares del sur y de pronto te
encuentras con el mundo en tus manos y los bolsillos vacíos, con demasiados
debes y muchos puedo pero sin opciones. Y sin darte cuenta te ves quitándole la
anilla a la granada y tragándotela. Explota y el circo comienza, las luces se
encienden y vuelan las sirenas por las calles vacías. La feria inicia sus
fogonazos como cuadros anclados a un carrusel.
Las hojas se llenan por si solas y emprenden el camino
flotando hasta el siguiente invierno y los corazones siguen latiendo porque la
sobrepresión de sus vapores se expulsa por las orejas tal y como hacia Popeye.
La vida continúa estés o no en su película, puedes montar cientos de tuyas y
aún así ni compararse con la producción diaria que destila el planeta. Algunos científicos
miran al cielo buscando respuestas en modo de pregunta al vacío, cuando a
kilómetros de distancia alguien se muere por algo interesante de lo que hablar.
La ironía desayuna tostadas untadas por las dos caras de
mantequilla, las come con pinzas sin temor a que se caiga porque siempre le
quedará un lado a salvo. Y cualquier idiota consigue hacer slalom un domingo
por la madrugada sin romperse la cadera ni tener que pisar la nieve. El calor
vuelve como tregua antes de las lluvias de la semana que viene. Mientras por la
noche llueven eternamente estrellas mientras siga sonriendo aquella chica que
olvidaste encaramada en la sexta planta de su avenida.
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