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lunes, 22 de noviembre de 2010

Naturaleza salvaje


Cae la lluvia a modo de cortinas que se mueven mecidas por el viento… Todo se había ido a la mierda incluso antes de que comenzase la tormenta, ahora los rayos y la lluvia no causarían muchos más desperfectos de los que han ocurrido. A esas horas ya no necesitaba paraguas… ni siquiera necesitaba ropa. Hubiese estado mucho mejor desnudo sintiendo como el agua fría recorría su cuerpo con amor o al menos ternura.

Pero no era si… estaba vestido inevitablemente porque el otoño de este año era frio en Madrid. El tiempo por fin se había equilibrado de alguna manera a las puertas del invierno que se estaba introduciendo cauteloso en todos los hogares. La lluvia le estaba calando, pero él no estaba ya en ese sitio. Podría decirse que le estaba empapando hasta por dentro. Aunque no sería más que una mala interpretación de la realidad. El agua se escurría por fuera y en el interior de su ausencia sentía como su cuerpo se desmoronaba.

El esqueleto estaba funcionando bien y permanecería erguido, pero la carne se estaba desprendiendo de la piel. Muriéndose pedazo a pedazo en una caída escalonada por desprendimientos. Puede que él a su vez también estuviera inmerso en esa avalancha descontrolada, no importaba nada. La lluvia le mantenía relajado de alguna manera. La razón no regia ya en su cuerpo. Había salido huyendo a resguardarse debajo de algún matorral de aquella colina. Dejando a su dueño abandonado en mitad del césped, bajo el peso de la luna llena y las blancas nubes amoratadas.

El viento besaba su piel helándola a cada contacto. Pero el agua extrañamente resultaba tibia al contacto. El fuego que se quemaba dentro de su cuerpo, causado en gran medida por la destrucción y una parte de sentimientos mezclado con pasión. Le mantenían a salvo de lo que podría ser una mala idea en el peor de los momentos.

Pero al menos se sentía parte de algo. Había logrado confundir sus lagrimas con las manta de agua que la estaba cubriendo, pero salvo los tonos salados en sus labios y algún sorbida de mocos vía nariz. El resto estaba parado. Nadie salvo él pertenecía a ese lugar en ese instante. Era feliz de alguna forma anormal. Como cualquiera de ellas que no sean las que visten sus zapatos, pero no le importaba. Nada en absoluto, era el rey de la montaña, como había soñado en tantos momentos, pero la echaba de menos.

Hacia un momento todo estaba completo y extasiado. Estaba pasando una tarde genial con su chica, en compañía de sus caricias, de su atención, de su tiempo, era una historia feliz y por una vez… estaba dentro de esa historia. Hasta que llego la tormenta y el aire huracanado. Las prisas por salir corriendo y guardarlo todo de mala manera habían llevado a ambas partes a ese punto.

Una parte del borrador se había desprendido del resto y ahora volaba libre sin que su dueña se percatara mientras corría a buscar cobijo. Libertad sin testigos, primero alegría, después terror. La soledad, la terrible desdicha acechando desde todo lo desconocido… sus palabras perdiéndose en el silencio del agua. La historia borrándose y el su personaje principal con una soga en el cuello.

Era fuerte y apuesto… tenía una chispa que le hacían legendario, de esos que serán importantes después de muertos. Perennes e inmortales. Como le gustaba su vida y sus relatos. Se sentía agradecido y en parte ilusionado. Siempre aprendía algo nuevo o experimentaba algo excitante. Sus cosas le sucedían antes de que pudiera verlas, vivía en un mundo sorpresa donde todo podía controlarse, todo menos la lluvia y los problemas que tuviese su autora.

Ahora estaba allí… abandonado a su desgracia, rodeado de los sonidos de la noche amenizados por la orquesta de la lluvia. Gotas sobre el papel… y la tinta corriéndose lentamente… La muerte de un libro, son las lagrimas de su autor y según parecía Dios estaba escribiendo esa noche su gran novela porque no le quedaba esperanza alguna de llegar a la siguiente mañana. Ni de conocer su final. Había cobrado vida con el rotulador rojo de su amada. Corrigiendo sus fallos, sus faltas o sus defectos. Le gustaba susurrarle. Eso así no… cámbialo.

Ponle una coma… te has saltado eso… Era un juego divertido ver como en sus ojos se formaban las palabras, ver su reflejo en sus pupilas. Estar dentro de su cuerpo. Era un placer exquisito… algo delicioso. Incluso ese olor a césped mojado y hoja desecha le parecían buen final para su escena. Seguro que escribiría algo de aquello. Él no estaría… pero seguro que alguien se lo contaría. Incluso puede que ella… Cruzarse por la calle y que le dijese. Disculpe… ¡yo le escribí!

Y abrazarse sin que el tiempo pasara, sentir su tan anhelado calor y su cuerpo, palparlo, poder saltarse lo abstracto e ir a lo concreto y tangible, estaba loco por ella y no podía decírselo. El frio comenzaba a entumecerle y la luna parecía reírse como el símbolo de las matutano. Se estaba partiendo el culo la muy cabrona. La lluvia matándole en vez de limpiándole. Que ironía la higiene de las cosas de papel. Todo quedándose en silencio.

Muy, muy tranquilo.

Solo la lluvia y el césped.

La luna y el viento

Una respiración entrecortada, la suya

El sonido de una bici acercándose deprisa

Angustia dentro del pecho

¿Una bici?

Y entonces la ve bajar la cuesta a toda velocidad con los frenos chirriando y dando saltos sobre los charcos. Viene al rescate y a él le importa una mierda que no lo haga sobre un corcel blanco. Le ha oído en su sufrimiento o mejor aun… le quiere.

Salta sobre él… tapándole con su cuerpo. Su rostro está lleno de lluvias aunque podrían ser lágrimas… Le encantaría acariciarle la mejilla con su mano y borrar su sufrimiento. La angustia con sabor a tinta dándole cierto dulzor a la suya para que todo haya sido un mal recuerdo. Un sueño pasado por agua.

Le aprieta sobre su pecho y él pierde la conciencia… Viaja en su regazo sin que le pierda la vista ni un segundo. Por fin algo bueno sacado de la tormenta. Promete no separarse nunca de ella y por lo visto lo mismo piensa su autora. Secará los folios con un secador colgados del tendal de metal con delicadas pinzas de madera. Le llevará a su calentito salón y el olor de las plantas y su incienso de canela. Volverá a su escritorio de madera iluminado por un sol radiante al caer la tarde.

No hay final… sino que comienza de nuevo.

Él estaba falleciendo en la colina, pero de pronto llego su heroína. La muerte tenía mil formas distintas según el punto de vista, pero solo pudo sentir amor por aquella última imagen. Supo que era la de verdad porque escuchó su corazón latiendo fuerte como un tambor en la lejanía. Conocía ese sonido, era como el de su madre cuando no había nacido. Fuerte y visceral.

El rugido de una leona.

1 comentario:

  1. Gracias por pasarte por mi casa, que será siempre la tuya :).
    Es cierto que he estado perdida, en muchos sentidos, pero parece que el demonio que llevo dentro me ayuda a levantarme de nuevo ;) Para algo tenía que servir, no?

    Buen relato, mucho más terrenal de lo habitual en ti, por decirlo de algún modo menos onírico ;), me gusta.

    Besos!!

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