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sábado, 13 de noviembre de 2010

El escapista.


Habría podido huir de todo si no fuera por su mala cabeza. Era bueno haciéndolo aunque sencillamente toda su historia se pudiera reducir de que lo hacia de forma natural. Ya en ese entonces sufría poco y sonreía mucho. Parecía ser buena medía a pesar de estar muerto por dentro y en parte por fuera.

Hasta a la mismita muerte había conseguido vencerla en múltiples veces. Por lo que mostraba orgulloso sus heridas como un estúpido militar muestra las insignias de combate, como si alguien ya muerto pudiera o necesitase defenderse.

Eso de vivir se le daba bien, no tenía demasiadas complicaciones, a su triste entender podía compararse con presentarse a un tipo test sin haber estudiado un ápice y ni siquiera pertenecer a aquel lugar. Siempre habría una pequeña oportunidad de sobrevivir.

Todo se reducía en saber leer. Comprender y actuar. La vida era como una obra de teatro con un buen reparto que improvisaba entre cada impresión de los guiones. Así que se acostumbró a andar por sus caminos, hablar con los otros y parecer algo que no era en absoluto.

Sabia disimular, se le daba realmente bien y si juntabas eso a que se movía tan rápido como un pensamiento montado en cafeína. Todo estaba solucionado. Era una fuga de ideas constantes por la innumerable cantidad de grietas de su persona y por donde pasaba al menos algo quedaba salpicado de su esencia. Comenzó a huir cuando aprendió a correr.

Descubrió que podía desaparecer de cualquier sitio donde no quisiera estar. Y aprendió rápido. Visualizaba lo que no quería y huía repelido en dirección contraria. Se escapó de casa y de sus padres, de los estudios y sus pesadas tareas, de su cuna y sus ramas, de sus tardes volando. Cogió lo poco que necesitaba y siguió volando sin dirección alguna.

Esfumarse a la francesa había sido su único contacto con ese idioma, lo entendía pero era peor que un indio dando instrucciones por un interfono. La intención estaba… el resultado en cambio no. En conclusión a su vez huyó de ese idioma quedando refugiado en el castellano mezclado con el ingles. No por nada… sino por su pasión por el buen whisky.

Bebía poco en comparación con su pasado pero había mejorado la calidad. Su vida era una parábola descendiente desde su infancia. Como las montañas rusas de los parques de atracciones. Te ayudan a subir para después lanzarte al vacío.

La caída fue tan grande que tardaron años de rehabilitación en ausencia de los causantes. A pesar de todo el chico logro salir del trauma. Recompuso su cuerpo, formado de nuevo con todas las piezas que tras el accidente quedaron dispersas por la calzada. Se esmeraron poco en buscar todos los trozos, pero de todos es conocido que por la noche es difícil encontrar las cosas pequeñas.

Así que paso años completando un puzzle que no tenía solución. Lleno los huecos libres con historias de una cantidad ingente de libros mientras pegaba las piezas con la saliva que humedecían sus dedos. Tras años de bricolaje y botánica, logro conseguir una gran tinaja. Si la llenabas perdía agua lentamente, podías pasarte el día buscando los agujeros pero no se notaban y el barro siempre estaba mojado.

Que se le va a hacer… al menos valía para decorar. Lograba caminar pero en su cabeza sonaba como una maraca rota. Nadie se puso a buscar el interior del jarrón mientras se entrena en buscar los trozos de arcilla.

Comenzó de nuevo como quien sobrevive a un incendio. Las quemaduras dolían todavía pero a esas alturas había conseguido evadirse hasta del sufrimiento. Huía de las entrevistas de trabajo sin llegar a presentarse. La seguridad social le pagaba una suma lo suficientemente holgada por el accidente que podía permitirse esos placeres. Escapaba del estado aunque con sus largos dedos sacaban lo que querían de sus cuentas. La primera vez que se le vio sonreír en público tras el accidente fue cuando el médico firmo su gran invalidez que le convertía completamente en un despojo humano sin valor alguno para la sociedad.

Le diagnosticaron una total incompetencia y suprema carencia de voluntad y con tales cargos consiguió una gran indemnización alegando que antes no era así. Documentos que demostraron que no era así, fueron ignorados por la defensa cuando el juez indignado comenzó a quejarse, mírenle si no es capaz de venir a su propio juicio y todos firmaron a regañadientes los ceros que le convertían en un desgraciado con suerte.

Huyó de ese país después de no acudir como de costumbre a los sitios donde era llamado. Por suerte las tarjetas de crédito no entienden de valores, solo de números y van donde sea que se les necesita. Por entonces leía mucho y seguía uniendo pedazos dentro de su cabeza. El pasado era un amasijo de trozos de metal entrelazado tras el terrible impacto.

Tenía unos bonitos guantes y unos alicates increíbles, pero antes de ponerse a desenredar ya estaba cansado así que leía y rellenaba, leía y reciclaba. Acabo por terminar vomitando esa maldita bola de metal atravesada en el cerebro en una de sus purgas mensuales.

Redecoró el hueco con cuentos y relatos y comenzó a estar en paz. Se olvido de huir y se quedo tranquilo y relajado. Busco un buen lugar con un césped fresco y mullido y después quemo sus zapatillas de atletismo. Puso un buen buzón que pudiera recoger la correspondencia completa de un mes. Y cada ese tiempo iba, recolectaba y después jugaba a clasificar dentro de la chimenea con un buen fuego. Le gustaba el crepitar de las llamas en su rostro y sus colores anaranjados.

El humo le tranquilizaba bailando entre las palabras mudas en sobrecitos que nadie leeria o podría leer. Quemaba las malas noticias y guardaba las buenas. Durante un par de años no logro conseguir demasiadas acabando por dejar de preocuparse por el correo. Contrato un apartado postal para comprar libros de buenos autores detrás de las portadas, escondidos en esas fotos en blanco y negro con sonrisas magnificas y buenas intenciones.

Y con la publicidad y las cartas con raciones individuales de total indiferencia escondida en su interior se dedico a caldear el hogar una vez cada cierto tiempo. Huyó de todo hasta de si mismo. Nadie pudo encontrarle si no era en la biblioteca de su casa o en el césped del jardín caminando descalzo. Su bata estaba tan desgastada que caía cansada apoyada sobre los bordes de su cuerpo.

Por ese entonces tenia tantas palabras nuevas en su cabeza que el señor francés y todos los profesores desde el colegio hasta la universidad, exceptuando algunos cuantos, pocos a su parecer fueron exiliados a vivir en aquella odiosa bola de metal, como no sabia donde había parado finalmente. Los mando a la calle sin mas detalle que un simple portazo tras de ellos. Se había repudiado de él hasta de las buena maneras y es que no quería nada mas que esa maldita tinta y el silencio. Le gustaba escuchar a su mente leer los libros porque ya se había olvidado de recordar lo que era el sonido.

Todo parece mejor cuando se escucha… solía decir sin recibir respuesta. Aquellos malditos funcionarios tuvieron demasiado trabajo aquella noche para buscar sus orejas, el martillo, el yunque y los demás fragmentos pequeños. Recogían los trozos grandes y daban patadas a la grava para esparcir los pequeños. Por fuera la figura estaba perfecta, bueno con juntas y todo eso. Pero por dentro solo le quedaban las palabras.

Leía durante días seguidos porque hasta había perdido la conciencia del tiempo después de tanto coma. Los puntos le resultaban más divertidos porque encasillaban la historia. Decían lo importante sonreía mientras acariciaba las cicatrices. Todos le decían que estaba bien… pero él no lograba escucharlos. Comenzaron a escribirle las cosas porque ni siquiera quería atender a las manos. Estaba ausente… en otra parte.

Quizás en aquella cuneta de mala muerte, o puede que en otro lugar. Abría un libro y desparecía, saltaba fuera del mundo y se veía corriendo por la carretera como un loco… como antaño. Corría mas rápido de lo que nunca había logrado conseguir. Después comenzaba la verdadera fiesta. Oía su propia voz dentro de su cabeza.

Tanto pegamento había conseguido una acústica excelente para el sonido de sus pensamientos. Escuchaba los libros mientras viajaba dentro de ellos. Su cerebro era un cine dentro de una pecera redonda de cristal. Había dejado de huir. Ya no recordaba de que lo hacía, por lo que siguió leyendo y escuchándose.

La ironía resonaba a carcajadas entre libro y libro… había logrado escapar de todo menos de su destino. El accidente le cerró muchas puertas dejando una sola abierta. Una que usaba de pequeño. De entre todas las cosas que extrañamente lograron recuperar los sanitarios era esa extraña afición que tenia de leer y el tiempo necesario para ello.

Cuando perdido la audición encontró la lectura y entre todos los ecos que aun resonaban en su cabeza. Su voz regreso para en silencio mentalmente contarle lo que veían en sus ojos. Su voz fue algo sangrando de las palabras que devoraba por sus pupilas.

Era como un gusano, tragaba y tragaba para después cagar seda y con esa mierda poder hacerse un capullo. Algún día se convertiría en mariposa… mientras tanto seguía leyendo, porque sin alas ni orejas, no podía hacer demasiado. Dejo de correr porque no recordaba hacia donde lo hacia, sin equilibrio solo le quedaba la orientación para parecer un borracho montado en una canoa sin remos. Tampoco recordó de lo que había huido antiguamente. Era alguien renovado que no nuevo.

Siguió escuchando lo que los algunos autores nunca leerían en voz alta, por tres simples razones Que no podía oír nada, que estaban muertos o simplemente que su orgullo les impediría hacerlo. Su voz le gustaba, no sonaba a roto como lo demás. En verdad era lo único que percibía, lo otro… sencillamente era ruido que solo molestaba y distraía. No tenía siquiera ombligo. Se lo había cosido en una de las intervenciones, pero a pesar de todo. Seguía teniendo sonrisas y tantos libros como títulos pudiera encontrar.

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