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martes, 19 de octubre de 2010

Déjame entrar


- Me portare bien... se que no me conoces, pero puedes confiar en mi.

- Mírame... soy una mujer... pero no dejo de ser una niña. Te he visto muchas veces por la calle y hasta hoy no me he atrevido a acercarme a saludarte. Se que no son horas... que es de noche y todo ese rollo que sueltan los mayores.

- Yo soy insomne... puedo estar despierta cuando otros duermen y he visto tu luz encendida demasiadas noches. Así que hoy me he armado de valor y he decidido visitarte.

- Si!, se que tienes muchas dudas... Pero ya soy mayor de edad... y nadie me ha visto venir aquí y por supuesto nadie me echara en falta esta noche. Se que te gusto, me he puesto este vestido para ti. Me queda bien, incluso mejor que a mi madre.


El chico tenía sus dudas... ese examen resoplaba en su nuca incesantemente recordándole la pila de apuntes que le esperaba en el escritorio. Necesita aprobar esa maldita asignatura. Pero por otra parte no podía dejar escapar esa opción, el también la ha visto muchas noches... Le encanta su piel, sus rizos rubios que le caen alegremente por las mejillas.

Por supuesto adora su sonrisa y los hoyuelos que la entierran. Y aunque no puede suspender esa jodida prueba, no puede desperdiciar ese increíble golpe de suerte. Rebusca valor entre los bolsillos de su alma y...

Claro que puedes entrar... fuera hace frío.

Y la chiquilla entra alocada con su risa rajando el papel de la pared montada en lo que se supone una nube. La ausencia de compañeros hace que todas las normas valgan una mierda a esas horas de la madrugada.

Una bola de nervios se enrollan dentro del estomago del chico mientras cierra la puerta de su casa sin dejar de ver la figura de ese ángel saltando por el pasillo. A su espalda el click del cerrojo le devuelve a la realidad.

Ella se para y a él le traga la alfombra de su propia casa. Le pide que vaya y él medio derretido acude como un perrito mientras se deja caer su abrigo al suelo para dejar al descubierto ese magnifico vestido. Tenía razón. Le queda genial contempla antes de quedar justo a un palmo de distancia.

Ella se adelanta besándole prolongadamente. Disfruta del calor de sus labios mientras con la mano acaricia su nuca helándola en ese momento. Siente su placer conforme se adhiere a su cuerpo hasta que él la coge levantándola sin dejar de besarla para ir hasta el sofá.

Son los cinco metros más largos de su vida, sus sensaciones son un baile de mascaras ebrias de alcohol. Todo va muy deprisa pero no tiene control sobre nada. Se deja llevar hasta caer al sillón. Ella sigue encima sin dejarle de besar como si su vida fuese en ello. El oxigeno no existe hasta que separan sus bocas. Él resopla aliviado mientras ella no deja cuartel alguno y va directamente a su cuello. Lo besa húmedo y con dulzura.

Sus labios siguen helados piensa en sus adentros pero le encanta esa sensación. Ella no busca pensamientos... en cambio ávida hunde mas su boca hasta conseguir aflorar sus primeros escalofríos que dejen su aliento al descubierto. Después todo es sencillo. Mezcla dolor con placer a dosis iguales y nada parece indiscreto.

Asesina a ese joven con tanto amor que nadie diría que su muerte fue violenta. Dejó toda su sangre al cuidado de alguien que parecía que le quería en esos instantes. Ni siquiera se dio cuenta de nada inmerso entre las ensoñaciones que su boca provocaba. Murió dentro de un sueño de placer sin medida.

Ni siquiera supo su nombre... pero allá donde vaya nunca olvidará aquella sonrisa afilada.

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