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jueves, 27 de mayo de 2010

384400


Llevaba tiempo sin verla asomarse por su mundo. Las burbujas no entienden de principios, se comen las cosas del suelo sin pedir permiso, pero en las alturas ella sigue reinando como la diosa de loa ojos de gato. El muchacho sentía haberse extraviado entre la multitud de gente sin nombre. Sabia claramente que no pertenecía a ese mundo, pero la curiosidad había inundado sus zapatos con promesas y andaba entonces chapoteando en charcos ajenos.

Pero el tiempo pasa sin parar y se encarga de poner las cosas en su sitio y como era de esperar su realidad termino por resquebrajarse debajo de ella. Habían vuelto a encontrarse después de casi haberse abandonado mutuamente con un contrato tácito que por honor no habían firmado en papel, ni en ninguna parte. Los días para uno y las noches para el otro... y así había sido desde los principios donde aun eran familia. Su propio hijo había negado la existencia de su madre que desde el cielo, sonreía o se apenaba según fueran las mareas que borraban con sus blancas olas de espuma cualquier vestigio del naufragio.

La vida es una tómbola, era una afirmación que no tardaría en comprobar cuando ella apareció entre las nubes y reclamó para si lo que era de su misma sangre. Él en cambio no supo como demonios reaccionar. Su progenitora había reunido a sus hijos en una plaza abandonada de todo discurrir. Y una legión de gatos haba tomado bajo la huellas de sus livianos zapatos todo lo que anteriormente había sido ocupado por los humanos.

Él se encontró en medio de todo aquello sin darse cuenta... un minuto atrás dejaba su mente escapar flotando para ver a la luna de cerca y a continuación se encontraba totalmente rodeado de una manada de felinos que variaban tanto en forma como en colores para todos juntos desvelar la más intrigante historia jamás contada. El más viejo de los allí presentes era un gato negro de ojos amarillentos que le había reconocido entre el alboroto de todos aquellos hermanos que andaban disfrutando de los placer que otorga la noche. Se acercó escurriéndose entre la multitud de cuerpos casi eternos que contenían demasiadas vidas dentro de sus trajes coloreados. Hasta que llego al que contenía la rareza.

Su voz surgió tan nítida que transpasó la burbuja sin apenas perturbarla... entro como un cuchillo que le resultaba de alguna extraña forma familiar.

Veo, que has cambiado... dijo el gato sin extenderse en absoluto.

Mi nombre es Ocaso... y soy el mayor de tus hermanos pequeños. Tu no puedes recordarme porque a diferencia de nosotros... tu tomaste la forma carnal humana al caer del cielo y en cambio el resto lo hizo en el mundo salvaje. Madre, ha estado buscándote tanto tiempo que abandonó su vida y su trabajo. Te encontraba y acto seguido te perdía la pista porque corrías demasiado a pesar de tus diminutos pasos. Andabas perdido por aquí y por allá, preguntándote por tu existencia y realmente olvidaste de interrogar a quién tenía todas las respuestas,

Una bola de saliva sonó como el plomo al caer por su esófago. Aquel gato le estaba hablando de cosas que no entendía. Aunque realmente lo que le angustiaba averiguar es como ese imposible estaba ocurriendo. Veía su boca moverse de un lado a otro mientras escuchaba atentamente aquel descubrimiento sin dejar de parecer una mezcla entre sorprendido y abrumado.

A pesar de todo, Murphy acabaría por tener razón y cuando escucho la voz de su madre desde el cielo, su mundo se derrumbo como un castillo de naipes delante de un ventilador. Todos los recuerdos revoloteaban por el suelo esparcidos en una nube de mariposas que eran cazadas por las garras afiladas de aquellos que no le conocían.

Hijo... no me recuerdas?, fue lo que entendió entre un espontáneo río de lágrimas que si que no habían olvidado esa dulce voz que le arrullaba las nanas en su cuna. Su cabeza dijo no... pero su pasado le vino a la memoria. Y recordó todo lo que había olvidado tras caer del cielo como un cometa que se estrella en el silencio de un mundo que permanecía dormido ajeno de su existencia. Mucho polvo y poco ruido... sonreía plenamente su madre recordando la mayor de sus perdidas.

Selena había sido reprochada por la promiscuidad de sus horarios introspectivos a lo largo de las eras y los siglos, pero nada de eso le importaba un bledo si lo comparaba con la amargura experimentada al haber perdido a su retoño más querido. Surgido de las entrañas de su sangre y que ahora tras muchas órbitas había vuelto a recobrar.

Recordaba sus ojos azabaches mirándola ingrávidos desde el espacio que ocupaba mientras giraba junto a ella alrededor de su padre el Sol. Juraba que sólo había vuelto la mirada hacía otro lado durante un misero instante y cuando la puso de nuevo no encontró ni rastro de su presencia en ese lugar. Su hijo se había precipitado al vacío y lo tuvo por perdido tanto tiempo que su historia acabo borrándose en el transcurso de los milenios.

Desde el momento en que sus fieles amantes terráqueos habían dejado de adorarla y bajo tal mezquindad... condenados a recibir la forma de un gato. Así que al final de todo, él... aquel chico con una extraña amnesia y sin ombligo era sin lugar a dudas el heredero del trono de los que no deben ser nombrados. El silencio cubrió la noche como una misteriosa niebla copada que iba devorando la realidad para devolver todo lo perdido a su legitimo dueño. La verdad llego pasada la página cuando la confusión estaba tan fresca como un cuadro recién pintado.

El chico pasó años colocando todas aquellas piezas que como fragmentos de una lluvia de estrellas habían salpicado en su caída acabando enterrados en las finas arenas del tiempo. Ahora disponía de un amplio repertorio de todas aquellas preguntas que nunca había logrado averiguar en un examen que abandonó porque había terminado por dejar como imposible en ese cajón de tareas pendientes cuya intención es conservar pero que nadie vuelve a mirar.

Samuel encontró además su verdadero nombre, el cual todos los gatos maullaron en sincronía para partir el alma a aquella madre que de sufrimiento había palidecido hasta convertirse en un mármol de tierra de sal y plata que no era sino un burdo esperpento de su forma original.

El cielo estalló en una onda de luz que atravesó persianas y el silencio nocturno para llenarlo todo de una energía tan pura que fracturó al fin esa fría coraza que el tiempo había depositado capa a capa sobre el sufrimiento de su tortura.

La luna brillaba como el mismísimo Sol pero tan hermosa como ninguna estrella que la humanidad pudiese recordar... Después... fue apagando su intensidad hasta volverse un punto de luz tan blanca como los recuerdos que Sirano había por fin aclarado.

La cadenas que le mantenían apresado se difuminaron como la gravedad y unas negras alas a juego con sus ojos florecieron en su espalda para que tras tantas vidas pudiera volver a abrazar a una madre que tras su perdida murió en vida volviéndose una simple roca yerma en el firmamento.

Nadie conoce la verdad más que unos gatos que estaban presentes cuando todos los sueños humanos fueron velados en la oscuridad de sus alcobas o donde fuera que se encontrasen en esos momentos. Las fotos no sirvieron de nada, porque ningún diafragma fue capaz de abrirse para capturar instantaneamente algo que la simple mecánica dejo correr por no merecer tal honor.

Fue la noticia del año y posiblemente del siglo. Pero a él y ella... sólo les importo que aunque hubiesen pasado tanto tiempo apartados, ninguno de los dos había olvidado el dulce olor de los sueños de las nanas de luna flotando en el espacio.

De siempre le habían tomado por un colgado, pero no tardo más de unos segundos en planear sobre su madre y arrancar de su aterciopelada piel aquella maldita bandera que un pretencioso humano había logrado clavar, en cambio ya no lo permitiría... porque había regresado a casa y no estaba dispuesto a tolerarlo.

Su madre no tenía dueño, ni lo tendría porque volvía a esta viva. Sonrió mientras rodaba sobre la fría arena de unas sales que irradiaban una alegría que desde la tierra se veía como las ondas en un estanque redondo que tras el primer contacto del dedo parecen nunca terminarse... curvas sin sentido acercando dos vidas que el destino de una caída había conseguido separar 384400 kilómetros, pero tanta distancia no era sino un único paso en una vulgar vida.

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