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martes, 4 de mayo de 2010

Cosas de la vida.

Alejandro es un chico con una montaña de problemas encima. Eso podría ser nefasto para cualquiera, pero lo bueno de él es que es feliz a su manera. Sonríe alegre y dice que todo el mundo los tiene, pero que los que él tiene son suyos y que al menos no tiene los de los demás.

Conoce gente que está mucho peor… y si sabe de algo es de problemas así que respira aliviado mientras repasa mentalmente la extensa lista de ellos. Si puede arregla alguno… sino se deja llevar. Él es músico, ha sido tantas cosas que un camaleón tendría menos registros en su currículo. Pero nunca dura demasiado. Gana lo que necesita y desaparece, siempre está ahí cuando le necesitas. Es como un comodín invisible de oportunidades inagotables.

La vida al contrario le va mal. No es cosa suya, sino que le acompaña desde el infancia. En su familia las cosas buenas pasaron de largo cuando tocaba el reparto. Pero al menos en su casa te puedes sentir a salvo. Una vez me dijo que el equilibraba el sistema para que lo malo no llegase a los demás. Por eso es tan buena persona. Antes disparaba con todas las drogas posibles montado en su corsilla sobre contundente electrónica. Aunque ya lo ha dejado.

Pero la suerte cae del otro lado siempre y recurrentemente pierde demasiado. Juega lo justo y lo hace con vehemencia de aquel que lo da todo sabiendo que posiblemente vaya a cagarla en algún momento, pero desconoce el cuándo y eso da alas a cualquiera. Con Ícaro lo hizo, porque no iba a pasarle lo mismo a él…

Tiene desgracias que caen como lluvia durante todo el día, respira aliviado por la noche dentro de su cama. Porque está bajo techo y porque a pesar de que digan lo contrario con la absurda teoría de las sabanas que no sirven para proteger, para él son como un paraguas que lo esquiva todo. Se desea algo de suerte para cuando despierte, si acaso lo hace.

Todo sería un cumulo de despropósitos de una proporción de magnitudes bíblicas si no fuera porque entre todo su barro de mala fortuna. Toca como los putos ángeles. El instrumento le da igual, porque sabe tocarlos todos… sin nunca lo ha probado aprende en el momento porque comprende su lenguaje… lo que le susurran sus notas en ese instante. Hace música como ese pastelero que hace rosquillas con los ojos cerrados.

Siente y toca. Sus días tristes son tan hermosos que Van Gogh se cosería la oreja con hilo de oro y los suicidas le pagarían un bocadillo antes de dar su último paso. Tiene una extraña sonrisa fina y larga debajo de su nariz afilada. Parece un hombre árbol de la especie Enterolobium contortisiliquum. Pero si que sabe crear algo de la nada con sus largos dedos.

Cuando empieza no piensa en acabar… interpreta sus sentimientos y en esos momentos nada puede causarle mal alguno… Vive dentro de la música camuflado por el aire. Allí dentro es como su propia cama. Ningún mal le molesta cuando hace el amor con su instrumento. Lo caricia mientras lo siente bajo sus dedos. Le dice en silencio que no le hará ningún daño y le pide permiso, sabe esperar porque es lo único que puede salvarle… después como un amante excelente el tiempo puede fundirse en segmentos para servir de pentagrama y no perder el hilo del concierto.

Se deja salir y lleva al público a la sensación parecido de la que él siente… vuela enredado en la melodía. Hasta el lugar preciso donde ese momento tiene posibilidad de existencia. Hace un maridaje soberbio de su música. No puedo olvidar esa serenata con un acordeón mellado que pesaba como un muerto. En su enclenque estatura… lo estiraba y comprimía en curvas… No sé de dónde sacaba las fuerzas pero el aire bailaba sus dedos por un panal de botones redondos con todas las notas posibles acumuladas en el mínimo espacio disponible.

Estaba feliz… y su sonido era alegre y corría por las calles de parís. Tocaba y reíamos. Yo bailaba endemoniado por el champagne y dábamos vueltas como subnormales por farolas que no existían. Si hubiésemos ido con Lady Di. Nada hubiese pasado, pero no podíamos salvar el mundo ese día. Cuando acabamos el espectáculo de circo nos tiramos al sofá a seguir fumando. Fue uno de las pocas veces que el teléfono no sonó. Los problemas nos habían dejado al margen porque no lograban encontrar nuestro paradero.

Un día increíble dentro de sus conciertos de amargura y pena. Con el siempre podía reírme, porque daba gusto encontrarse con alguien con tantas miserias manchando sus zapatos que todo mi pasado podía significar una bola de papel en el oscuro fondo de un cubo de basura.

Yo le hacía reír… Siempre tuvo la suerte de encontrarse a los demonios de las sonrisas. Volveremos a vernos cuando hallemos el momento adecuado. Es como una caja de sorpresas haciendo tic tac. Aparece cuando menos te lo esperas. Pero es alguien tan especial que puede aparcar el mundo para hacerle un hueco y que entre en la burbuja y así nada pueda pasarle.

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