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miércoles, 10 de junio de 2015

Desde Madrid a Nueva York.

Después de la estrepitosa tormenta
llego el silencio fresco como menta
los rayos se perdieron a la izquierda
siguiendo el rastro que deja la sombra.

Las brujas abandonaron el cielo,
las zorras fueron hacia su guarida
y el que no era tonto busco cobijo
incluso en cualquier comisaría.

No importa el lugar, sólo el momento
cuando se escuchan a todos los dioses
lanzar desde lo alto del negro techo
sus desaires y muchas maldiciones.

Mientras dibujan cuadros eléctricos
en el vacío y vasto lienzo nocturno
brotando alegría en niños y adultos
y a otros tantos algo de miedo ilógico.

Bailan demonios en baños romanos
abiertos en las calles sin público
nadan las ninfas y también sirenas
por lenguas de asfalto espejo del cielo.

Desde esta trinchera de Dios perdida
al otro lado del gran océano
llueven hostias más que una estrella
pero nadie se olvida de la manada.

Que éramos y somos desde entonces
no hay vueltas de campana a veinte pies
ni humo suficiente para insomnes
que pongan fin a los cuatro jinetes.

Ahora y en la hora de nuestra muerte
pues mientras uno siga estando de pie
siempre quedará un resquicio de suerte
porque no hay historia escrita sin sangre.

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