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miércoles, 3 de octubre de 2012

La caída del amor.



Decepcionante…

Comento entre dientes después de más de diez años de espera. El tiempo en verdad se había pasado volando, como quien pestañea en una tormenta de arena pasajera y sigue haciéndolo hasta que la tempestad pasa y puede limpiar sus ojos con la ayuda de sus lágrimas.

Todo se había acabado casi de la misma manera que empezó… de buenas a primeras, sin causas ni detonantes, sin motivos ni excusas, sin alegría ni pena. Simplemente había transcurrido una década aguardando algo que no llego a producirse. Como un acontecimiento fantasma, ocurrió sin la menor importancia ni testigos presentes. Su historia completa, la que auspiciaba llenar libros y libros en cadena se había secado y la tinta ya muerta empezaba a cuartearse hasta confundirse las letras, se desmoronaba la verticalidad de las consonantes hasta volverse todo una línea confusa, tanto como lo había sido una relación inmersa en un coma profundo sin más salida que la propia muerte.

Ese día sin duda era el funeral de un cadáver devuelto a la vida en una segunda oportunidad podrida desde los cimientos. Nada expectante en el inicio, un futuro prospero al llegar la primavera y servir de abono para todos los sueños que con la oscuridad de su alma nunca llegaron a germinar. Había concluido quizás la temporada más larga dedicada a una tarea, Tres mil seiscientos sesenta y siete días manteniendo su corazón fracturado en bypass coronario, y ahora el pitido se había vuelto continuo… hasta que desconectaron y a su cuerpo decrepito le dió por latir con sonido de escombros. Un pulso digno de las entrañas de un volcán rugía dentro de su pecho, vertiendo su sangre coagulada como magma que arrasaba su cuerpo por dentro cauterizándolo al paso y tal como haría una enorme maquina de vapor, había comenzado a moverse despertando del letargo del sueño de la roca.

Ahora ya nada podía matarlo silenciándole, sin corazón alguno que lastimar se convertía en ese momento en el primer zombie omnívoro de la historia. El amor, única palabra que había buscado sin parar desde que conoció su significado en un libro había perdido el sentido, y ahora carente de él no era más que otra de su vocabulario que bajaba puestos frente a otras menos bonitas como follar y la mayoría de las variables del verbo joder con sus posibles conjugaciones.

Adiós fue la segunda que cambio de posición desde no ser pronunciada nunca por la maldición de que pudiera cumplirse a llevarla vertiginosamente a una de las recurrentemente empleadas. Se despidió de casi todos, liberándose de tanto peso inútil… que al terminar su recorrido podía despegar sus pies del suelo sin apenas proponérselo. Se liberó del trabajo y también de las cargas invisibles que durante tanto tiempo le habían mantenido aplastado en un interminable coma sin final.

Podía respirar sin el temor de que pudiera llegar a molestar el sonido… de contener sus infantiles ganas de besarla a todas horas para no olvidarse a que sabían sus labios, si a gloria o a ambrosía. Por supuesto… obvio su pasado encargo de señalizar su posición con un ruidoso cascabel para que su presencia no fuera a sorprenderla… de buena gana se arranco aquella esfera hueca del cuello y lanzándolo hacia delante lo pateo hasta que su tintineo se fundió entre el ruido de la ciudad. El corroído ambiente de Madrid haría el resto con sus recuerdos tal como había echo con sus cicatrices… desgastándolas hasta hacer desaparecer todo lo que no se protege.

Y lo mejor de todo, es que ya ni siquiera tenía que ejercer esa labor. Se había acabado la promesa de estar con ella para siempre, de protegerla de todo lo malo que pudiera turbar su paz, de darle toda la suerte y no pedirle ni un poco siquiera de nada que no fuese tan gratis como el respirar… o vivir… o sentir. En fin. Si de algo le había servido todo aquello era para aprender que…

Que…

Que los leones de la sabana con su melena dorada y sus sonrisas afiladas se convierten el vulgares gatos domésticos cuando viven en la cuna de los felinos que es Madrid. Mucho estilo y poco instinto paseando sus contoneadotas caderas con la prisa del que no llega tarde a ningún sitio y la certeza de tener siempre un vaso de leche caliente si ronronean de cierta manera. Sin ni siquiera haber conocido el placer de la carne fresca de un equino sin la pasión asociada a la caza y derribo de la única presa, cuyos ojos no se cerraban por ningún motivo en su presencia detrás de sus largas pestañas y su característica huida pues era en dirección opuesta a lo normalmente establecido. Corría exactamente hacia ella como sólo un kamikaze enamorado de su causa haría. Diez años no es tiempo suficientemente perdido en una vida para aprender que algunas veces hasta lo que más se quiere acaba por terminar.

Ahora ya podía descansar en paz sin la preocupación de ser el foco de todos los males y las desgracias que desangraban la relación. No le importaba una mierda la política, ni nada que no pudiera tomar forma delante de sus pupilas. Era el momento de descansar en el placido sueño de los justos conocedores de la satisfacción de haber llegado hasta el final de las consecuencias. Sin remordimientos ni de los y si… que pudieran atormentarle. Sonaba el frotar de la tierra moviéndose dentro de su persona, sellando todas las cicatrices que durante años se formaron por el desgaste continuo de tener un león dentro queriendo escapar de su prisión de carne y hueso.

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