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viernes, 2 de diciembre de 2011

El secreto de las rayas.


Al igual que un soldado en el preludio de una guerra, espero agazapado en mi trinchera… lleno de energía, de paciencia y con la esperanza de que cuando todo termine siga estando entero, o en su defecto haya perdido la menor cantidad de trozos posibles.

Aguardo a ver como caen los días como las hojas rojizas que aun pueblan los árboles más retrasados, veo precipitarse el tiempo en silencio como una lluvia pausada que sin truenos ni rayos, se posa taimada como una ducha fría para los sentidos. A lo lejos el horizonte parece alzarse en llamas, pero estoy demasiado lejos para cualquier acción y me han prohibido abandonar mi posición hasta que me llamen explícitamente.

Así que juego con mi cerebro como si fuese un fusil de asalto, abro mi cabeza y saco todo, lo desmonto pieza a pieza y las limpio minuciosamente para después volver a colocarlo todo como estaba sin la ayuda de los ojos. Después de un mes ya lo consigo por inercia. Aunque no se si valdrá de algo cuando empiece el combate.

A pesar de mi situación actual no tengo miedo, la verdad es que nunca he sabido arrepentirme por mi mala cabeza, gasto mis días bajo mi propio mando, porque ningún general blindado de estrellas ha sabido usar nunca unos zapatos tan incómodos como los míos, me miran y me preguntan como puedo si quiera hacer lo que hago.

Ni les miro, solo les ofrezco una sonrisa y comento… cuesta una vida domarlos.

Les doy la espalda y me vuelvo a mi puesto a masticar tierra mientras el enemigo se reúne enfrente como una ferviente legión romana apiñada. El final cada jornada esta más cerca y yo sigo rezumando paz y sosiego, como quien cuida un huerto. Cada mañana le doy una vuelta y recojo lo que esta en su punto. El resto no es más que conocer que la naturaleza sigue su curso.

Cuando llegue el día, y el temor se vuelva niebla entre el enemigo, yo caminare entre ellos cual incipiente bruma sin que se den cuenta, llevo tanto tiempo escondido entre el fango, que he acabado por robarle el mimetismo a todos los animales que he capturado. Soy como el viento helado. Una sensación en la nuca que pasa quizás demasiado rápido… efímero como los recuerdos opacos.

Un hombre escondido entre la paja del mundo… igual que una aguja, esperando a la menor oportunidad de causar el mayor daño posible y después desaparecer como un desconocido al que no guardar rencor ya que nunca formado parte de la memoria.

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