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domingo, 6 de noviembre de 2011

Viejos desconocidos.


Todo el mundo ha esperado algo, aunque fuese una vez en su vida. Yo tenía algo así… podría haberme pasado una vida entera aguardando a que pasara, o al menos que ocurriera algo que fuese casi parecido. Me hice tan bueno esperando que el tiempo pasaba dos veces más rápido en mi persona.

Suena extraño que alguien quiera pasar su vida al doble de la velocidad normal, las cosas pasan sin que te des cuenta, el día de trabajo se acaba en un abrir y cerrar de ojos, o las desgracias se esfuman en un segundo… lo malo es que las buenas pasan igual de efímeras… y muchos otros sucesos positivos también avanzan raudos como balas, degustar un plato o una bebida, una cita agradable o un placer oculto.

Cuando quise darme cuenta que una vida a marchas forzadas no era del todo lo que a alguien le gustaría para si mismo, comenzaron las preguntas sin respuestas, la búsqueda de lo que no funcionaba, primero desde fuera y cada vez avanzando hacia dentro, todo iba demasiado veloz…

Las preguntas se sucedían una detrás de otra y eran como una avalancha que sepultaría todo rastro de vida a su paso… era incapaz de cogerlas y retenerlas, como un tren expreso que pasa por tu lado y que no puedes agarrar a riesgo de tu seguridad. Todo volvía y se iba con la misma velocidad que había llegado. Era un caos absoluto y la lógica rebosaba por los bordes de la pecera sin quedarse nunca llena de nada que no estuviera en transito.

Todo era como una película a cámara  rápida. Hasta que un día caminando por la montaña le encontré a él. ¿Quién?

Nunca supe su nombre porque solo me lo dijo una vez y no lo escuche porque iba muy deprisa… luego me dio vergüenza reconocer que no me acordaba de algo tan simple como saber como se llamaba. Tarde días en poderme quedado parado en ese banco de piedra donde estaba ese señor ya bien entrado en años mirando el horizonte. Conseguía quedarme parado unos instantes antes de salir escopetado en otra dirección. Mis estancias fueron prologándose más y más hasta que un buen día, logre escuchar la historia entera, la misma que siempre me relataba.

Me contó muchas cosas, pero la que me sorprendió en demasía fue la de su propia vida, él al contrario vivía su existencia a la mitad de la velocidad a si que a sus 90 años en realidad solo llevaba 45 vividos. En cambio a mis 25… parecía ser incluso mayor que lo era mi acompañante.

La verdad es que ese banco era como una paradoja espacio temporal. Siempre suponíamos que entre los dos, el tiempo avanzaba con normalidad, pero de alguna forma al entrar en nosotros tomaba diversos caminos, como la luz que atraviesa un líquido. Cada uno teníamos distintas densidades reía el viejo al contarlo.

Tarde meses en escuchar el relato al completo, sencillamente porque hasta en la palabra tenia su parsimonia aquel hombre. Cuando termino con ella, solo me dijo. Chico cálmate un poco, o te perderás lo bueno.

Ciertamente me había perdido mucho en tan infructuosa espera, así que decidí a partir de ese momento que quizás tuviese razón, porque tanto tiempo a su lado me hizo bajar el ritmo… no hasta llegar a la normalidad, pero si como para tomarme las cosas con más tranquilidad.

Puede que haya malgastado mucho en poco tiempo, y que tenga el cuerpo como un adulto en la rampa de bajada, pero en aquel banco descubrí que cada día merece la pena de ser vivido como si fuera una gota de agua en mitad del desierto. Con tanto ímpetu que hasta a la mala fortuna le puedas sonreír al verla llegar.

Aunque algunas cosas no sucedan nunca, no importa si sabes conservar la esperanza cueste lo que cueste, pues a mayor adversidad… menor lastima al no conseguirlo. Si esta en tu destino siempre se puede alcanzar si no se deja de luchar.

1 comentario:

  1. Esa misma sensación la tengo a veces, tener 24 y parece haber vivido 50. Tengo que encontrar a ese señor y pararme a escucharle.

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