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domingo, 18 de diciembre de 2016

Pedro el carpintero.

Hubo una vez hace muchos años, un hombre que hacia hermosas máquinas de volar. Ahora las llamaban aviones y servían para transportar a la gente entre países o llevarlas a otros lugares del mundo alejados de donde se encuentran. Pero Pedro las hacía para sí mismo y a pequeña escala, como si fuesen juguetes del cielo.

No era tarea fácil, en absoluto, como todo lo difícil dedicaba esfuerzo y tesón. Después de trabajar duramente se iba a su cuartel general que era un almacén en un descampado, donde con sus hábiles manos hacia sus manualidades con varas de ligera madera de diferentes especies, olores y texturas… leía las vetas de sus siluetas, conocía sus historias… y luego usaba papel para cubrirlas, manteniendo en silencio sin testigos lo que los listones le contaban. Todo era tan delicado como hacer un sueño a base de nubes y cola de carpintero.

Se necesitaba calma y concentración. Seguir los planos con cuidado y esmero, prestando atención en los detalles. Siguiendo cada paso a pies juntillas, porque podían ocurrir accidentes que sin posibilidad de herir a ningún pasajero, podían en cambio hendir y socavar el orgullo de su fabricante, incluso dar algún golpetazo algún incauto observador que dejase de mirar debidamente al cielo.

Dicen que Pedro soñaba con volar por el aire junto a sus obras, pero todas sus obligaciones le hacían mantener los pies en el suelo como si fueran plomos de pescar. Primero el trabajo, después la familia, eventualidades varias desconocidas entre los rumores y los sus hijos que nacían uno tras otro. Las cosas le iban bien. Poco a poco lograba cumplir sus objetivos y sus metas.  Pero dejó escapar sus sueños entre tantos proyectos complicados e imprevistos.

Ahora Pedro tiene muchos más años que entonces, pero sigue mirando al cielo con sus ojos de gato como si fuera un niño,  siempre llevando su pin de fenda perdido por alguna chaqueta. Le gusta el aire del campo y cuidar sus árboles, como un pastor cuida de su ganado. De vez en cuando asusta a los pájaros disparándoles sorpresas. Quizás imaginando que lanza sus temidos aviones en post de esas molestas bestezuelas que atormentan sus frutales al igual que una ruidosa jauría hambrienta.

Pero lo hace por divertirse, porque simple silbaba a sus pájaros en los días de invierno cuando vivía en la ciudad. Quedan sus aviones colgados en silencio de las paredes de su garaje. Guardando polvo y telarañas. Mientras amarillea el papel de sus alas, que tantas aventuras les proporciono a sus hijos.

Persiguiendo sueños crecieron, treparon y riñeron por ver quien cogía el avión primero. Pero no era un juguete…  era un tesoro, algo que manejar con cuidado. Al igual que la piedra filosofal, podía convertir cualquier objeto en oro funcionaba de forma parecida aunque su alquimia era de otra manera diferente.

Al niño bueno le concedía sus deseos y anhelos, si se concentraba lo suficiente y mediante duro trabajo y esfuerzo. Conseguía materializarlo, tras gastar energía mezclada con tiempo. A los niños malos les quitaba el sueño. Pero a cambio les daba el poder de soñar con los ojos abiertos mientras permanecían despiertos.  Dicen que eso no tiene nada de especial, y que sucede de forma natural cuando estas relajadamente sobre un césped mullidito o acurrucado en la cama.

Suena a duermevela de la noche, a sentir
los pies calentitos y los parpados cansados. Cuando el indio Manolo trepa por las piernas y corre por el pecho o la espalda. Ya es demasiado tarde para huir a ningún sitio que no sea poner la cabeza en la almohada y hacer tu fuerte en ella. Construir dos montañas que tapen las orejas para que no pueda mordértelas. Entonces llega el sueño de los justos.

Nadie sabe si viene volando sobre un avión de madera o sobre una grulla de papel digna del origami. Pero el sueño llega cuando las estrellas salen a bailar en el cielo negro. Abajo lo hacen las luciérnagas que brillan cuando ya no queda nadie despierto. Cuesta mucho encontrarlas, tanto o más que a las diminutas hadas. Pero si te concentras y lo intentas.

Quizás Pedro te enseñe a hacer un avión de madera. Dicen que sigue esperando a su aprendiz de altos vuelos. Las herramientas le chillan todos los días cuando está en la cama, pero todavía no ha encontrado  a quien que enseñar la paciencia que cultivo durante tantos años. Puede que las nuevas generaciones logren lo que las anteriores no pudieron. Solo es un sueño que cuidar hasta que encuentres el avión mágico que los hermanos escondieron. Hay mucho valor escondido dentro de esas alas. En malas manos no se sabe que puede ocurrir. Dulces sueños damita de ojos azules, cierra ya los ojillos sino quieres perderte mañana tu siguiente historia.

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