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miércoles, 28 de abril de 2010

Insert Coin.


No sabe que le deparara el destino… No tiene siquiera intención de averiguarlo, porque lo que más le gusta en el mundo son las sorpresas. Por esa simple razón su vida es una historia de aventuras… Para cualquier persona normal y en lo que pudiéramos definir como dentro de sus cabales… podrían llamarlo vida, pero aun así desde su ángulo de visión todo puede estar sujeto a cambios que hagan de algo rutinario una nueva experiencia.

Abre la palma de su mano, suspirando en parte decepcionado por no conseguir que apareciese una moneda que antes no estaba. Aunque no importa mucho porque en esos momentos una tostada sale disparada por los aires. Entonces es cuando ríe a carcajadas por olvidar que cambió el tiempo ayer por la noche. Mirando la rebanada aun tierna la vuelve a introducirla y así sigue vistiendo su mañana.

Bebe el café despacio mientras lo alterna con un poco de humo. Traga y da caladas, casi siempre los termina a la vez, le gusta mezclas las cosas hasta conseguir la ecuanimidad. El despertador interrumpe como siempre poniendo una canción al azar. Le gusta la escogida y sonríe mientras termina de recoger todo lo necesario que anda disperso por toda la habitación. Recoge los objetos en orden de uso… algunas veces se deja cosas… Pero no le importa porque se entretiene con utilizar lo que está a su alcance. De alguna extraña manera alguien le colocó un cuello encima de los hombros para que no perdiese del todo la cabeza y hasta el día de hoy. Asume que sigue funcionando, lo que no esté… simplemente es que no debía de estar.

Se pone la música y se lanza a la calle. Prefiere caminar que ir en metro… Los espacios cerrados cohíben mucho los detalles a percibir. Una muestra se contamina cuando no quedan muchas más posibilidades que esperar.

Adora la calle, porque en una extensión tan amplia… en cualquier momento puede ocurrir algo sorpréndete, por lo que gasta el tiempo de desplazamiento en observar lo que ocurre en el mundo en la justa fecha del periódico que ha leído de pasada en el kiosco de la esquina. Colecciona sonrisas de todos los niños con un cazamariposas de caramelo. Come gominolas y esquiva gente sin llegarlos a tocar. Se desliza por las aceras a pesar de no llevar patines. A veces dice que es la música quien le transporta… que él sólo se deja llevar.

Las trompetas le alegran bastante, cuando suenan introduce entre las unas zancadas unos pasos que alterna con un brinco cómico de la especie de los hermanos Marxs… Envidia a los niños por tener el valor suficiente como para andar haciendo el gilipollas por la calle… Se reprocha no hacerlo más a menudo y crítica haber crecido pero no mucho, porque llega tarde y tiene que centrarse en no demorarse.

No son más de 25 minutos lo que tarda en llegar, pero mientras se prepara para trabajar apura su ultimo cigarro en unas cuantas horas y recuerda todos los sucesos que le han hecho sonreír, luego intenta no olvidarlos mientras dure la jornada, porque lo malo conocido se hace mejor con una sonrisa, aunque sea fabricada.

Guarda lo bueno en la memoria y abandona lo demás en la bandeja de correo saliente destinado a muchísimas direcciones equivocadas. Se alegra porque harán compañía a las demás cartas perdidas. Escribe poemas y cartas sin nombre. Gasta el tiempo que pasa encarcelado y alejado de sus deseos escribiendo las del día siguiente. Cuando termina anota remitentes entre los que aparecen poetas que ya han muerto. Regala por ellos algo bonito que entregar a la eternidad.

Sigue preocupándose por si cuando mueres dejas de cumplir años y piensa confundido si sabrá saber en año esta sin solaparlo a su edad. Se dice que está muy loco y firma por Allan Poe una carta que contiene un monologo cómico sobre la vida destinado para el conserje de la funeraria principal. Piensa que si hace sonreír a un tipo que se pasa el día mirando la pena ajena. Al menos habrá una estrella más en el firmamento al caer el sol.

La verdad es que olvida todas las noches en ponerse a contar… porque desde que llegó a esa maldita ciudad. La polución ha terminado por comerse hasta la figura de los planetas más cercanos. Toma una bocanada del viento nocturno que le sabe a libertad y vuelve caminando tranquilo hasta su morada. Cada noche elige una ruta distinta porque a cada paso se aprende una ciudad. Conecta a los Rolling Stones que interpretan para él en directo la simpatía para el demonio y junto al suyo propio que cabalga en su interior. Los dos bailan como posesos bajo los rayos de la luna que vuelve llena para enfocarlos como es debido. Se funden acto seguido en una sola persona para no llamar demasiado la atención.

Avanza entre los faros de los coches sin que ninguno logre atropellarle porque a esas horas lleva los pies de gato. Husmea el ambiente para encontrar la felicidad impregnada en el sofá de su casa… y va ronroneando sus deseos para acto seguido fabricarlos en cuanto llegue. El tiempo se contrae dentro una burbuja y sin darse cuenta da vueltas a la cerradura de su puerta. Enciende la luz, se desnuda y se desmorona en su sitio preferido.

Enciende su ración de alegría y se felicita por haber sobrevivido otro día mas, cruza los dedos deseándose suerte para cuando despierte en un rato. Y gasta el insomnio disfrazándolo con un pijama. Devora libros y fuma… Pierde la conciencia sumergido de pleno en alguna historia que le haya llevado a otra parte. No tiene miedo a perder el juicio porque ni siquiera tuvo esas muelas. Comprende sus zapatos y donde le llevan, pero cuando su tiempo vuelve a sonar con las manecillas del reloj de pared de su abuelo. Puede por fin usar su cabeza y decide encontrar la felicidad que anda encerrada en las palabras de cualquier historia cuyo título prometa.

Escoge y nadie sabe si pierde o gana. Porque al menos se arriesga en intentarlo.

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