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lunes, 15 de febrero de 2010

Horror laboral

Llega el Martes por la ventana, se asoma molesto entre las ranuras de la persiana hostigando en silencio hasta que el despertador arde en alaridos que terminan por desvelarle. Misma operación que recuerda a la rutina… la mano izquierda aplasta de nuevo el interruptor que apaga ese dichoso ruido infernal y el cuerpo se incorpora automáticamente como si se defendiera de algún tipo de delito.

Mira la mesilla y un revolver reluciente con cinco balas espera paciente la decisión. Algún gracioso de los de arriba se empeña cada semana de plantearle la misma cuestión. Una voz dentro de él le pide clemencia y que deje de hacerlo, de subyugarse a la sociedad y el insta a huir y volver a desaparecer.

Suena el teléfono y entre gruñidos de saliva pegada consigue decir: ¿Quién es?

Al otro lado una voz le susurra que si quiere sobrevivir debe de hacerlo, si bien recuerda las consecuencias. Acto seguido cuelga.

Y el sonido del silencio acaba con el atronador rugido de un disparo a quemarropa. Su voluntad cae rota al suelo echa añicos. Su cuerpo se levanta y estoicamente cumple la rutina de la ducha, vestirse y dirigirse al trabajo.

Todas las semanas ocurre lo mismo, tiene que aniquilar su libertad para poderse amoldar a la piel de los hombres. Nadie le pregunta que desea realmente, simplemente aprieta el gatillo mandando al traste sus esperanzas e ilusiones. Se convierte en un adulto dejando al niño para los días de libranza. Su madre llora a kilómetros de distancia, pero esta tan lejos que ni con un móvil puede consolarla.

Desiste de intentarlo, y se arroja sin destino por el hueco de las escaleras. Su cráneo se hace añicos en todas direcciones. El sonido del golpe llega después. Se recompone rápidamente y sacude sus pantalones golpeándolos con la palma de las manos. Adora la sensación de caída en sustitución al primer café de la mañana. Antes lo hacia de la otra forma, pero olvido como se dormía en sus noches de insomnio y ahora ejerce guerra abierta a la cafeína.

Saluda a la portera que ya ni siquiera se sorprende. Sencillamente masculla que chico más raro mientras le devuelve los buenos días. Él sabe ganarse a la gente y ella se vendió el primer instante que acepto que él sacase y guardase los esportones de la basura. La vida de los dos es más tranquila si nadie tiene preguntas.

Camina las pocas manzanas que le separan del trabajo. El camino se vuelve eterno y las grandes avenidas parecen océanos de tiempo. La ruta le va comiendo entre sus múltiples atajos. Esa mañana es propicia y sólo pierde una pierna a causa de una de las minas antipersonal que esconden diariamente para verle sufrir gratuitamente.

Cuando llega a la oficina. Se chupa el dedo gordo soplando con fuerza hasta que inflando los carrillos recupera los miembros que no tuviera. Saluda al conserje que sin ser morboso es el que mas disfruta de esos momentos. Se dirige a su cubículo y se sienta en su confortable sillón. Alinea sus útiles en orden descendente saltándose un par que se colocan para usos diversos.

Mueve las manos en forma de abanico y los paneles que sirven de separadores se vuelven de cristal. Mira a sus compañeros adónicos de lo que esta sucediendo. Busca cara a cara a su objetivo y lo encuentra en su despacho particular. Su diestra secretaria succiona con pasión desbordante la cabeza palpitante de su querido jefe. Él tiene los ojos en blanco mientras ella ingiere su placer sorbiendo la pajita.

Le visualiza y ejecuta su deseo, ve como su cabeza se cae de manera natural como las cosas maduras. Sonríe y presiona el Intro. Ella chilla sorprendida de forma agónica, profiriendo unos alaridos de incomprensión por lo sucedido. Alguien abre la puerta del despacho y acompaña el recital de los gritos a ver una sólo de las dos cabezas erguidas.

Los sanitarios se llevan el cuerpo sin vida agitando una bandera blanca a modo de despedida y los del psiquiátrico se llevan a la pobre secretaria que babeándolo todo se va cantando enajenada: chupé tanto que perdió la cabeza.!!!

Soluciona el tedio del Martes porque por miedo a demandas declara la oficina de luto y se proclama un cierre temporal hasta que las autoridades den solución posible al asunto recién acontecido.

Se frota las manos por la gran suerte conseguida pisando el mismo recorrido que había tomado a primera hora en camino inverso. Surca exactamente los mismos espacios y con exactitud las pisadas. Hasta que cae en una hueco con empalizada. Su pierna se ensarta de lado a lado en una estaca afilada a conciencia y astillada a posteriori. La extracción es imposible.

Los curiosos se asoman al agujero, pero él no pide ayuda siquiera. No siente el dolor como los demás. Su mente vuela lejos de su cuerpo, tiene vacaciones indefinidas y ninguna prisa por volver a trabajar. Su cuerpo llega día después con un reparto a domicilio a costa del hospital. Su mente reposa aletargada en la cama. Antes se ha acordado de tirar el despertador por la ventana y tapiar la persiana con un tablero enorme.

La oscuridad reina en su mundo y él a gatas esconde el revolver debajo de la cama para después limpiar con la escoba y el recogedor los cristales de sus esperanzas destrozadas. Coge el pegamento imedio y con paciencia construye trozo a trozo sus deseos para formar a su antojo el tiempo que le queda de libertad.

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