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martes, 9 de junio de 2009

El cuenco de leche


Licuo mi silencio con la lluvia que resbala sobre mi… recojo el agua en un cuenco y dejo que el sol de la mañana siguiente haga su efecto. Recojo el silencio en polvo y lo uso para aderezar un ungüento de hierbas que cicatricen mis heridas…

Las desinfecto hasta que las burbujas se llevan a un sitio mejor lo malo que hay en el veneno de mi piel… las froto con delicadeza una a una como un gato que lame sus heridas… una vez todas estas brillantes y pulcras unto el aceite con una bola de algodón… las hierbas penetran junto al alcohol bajo la dermis y comienzan su labor cicatrizante y el silencio se encarga de acallar el dolor de la mezcla.

Horas después solo quedan las marcas dibujadas sobre su superficie, unas líneas marrones que narran una historia de sangre. Vuelvo a las andadas y sigo trepando por los muros a curiosear que se encuentra al otro lado… esquivo los cristales metiéndolos entre mis dedos… maniobro con el cuidado de un funambulista experimentado… cada posición viene dictada al milímetro y no hay textura que las huellas de mis dedos no sean capaces de acariciar para agarrarse.

A media altura de los rascacielos de cristal la ciudad me silban sus canciones de viento cortante… los edificios ponen la letra y yo presencio el concierto… voy cambiando constantemente de canción y de estructura… cuando llego a la zona de las embajadas la música se vuelve internacional y las cámaras buscan algo que nunca estuvo allí para ser grabado… zafo todas las medidas de seguridad y rebusco entre las historias nacionales en suelo extranjero.

En algunas tierras las gobernantas acostumbradas a mis visitas nocturnas dejan cuencos de leche en sus balcones para que sacie mi sed sin hacer ruido en sus habitaciones… salgo de allí con los objetos brillantes y pequeños que relucen en la oscuridad de la noche… sus dueños se olvidan de su existencia en el pasado y yo recupero fragmentos de la historia de los pasos de los hombres.

Llego a la guarida y me cambio de piel… dejo la que me sobra junto a la puerta de la entrada y disfruto de la brisa nocturna recorriendo la buhardilla donde mis pasos se pierden, me estiro en el sofá y la noche me acaricia para que guarde reposo en el amanecer que hiere el firmamento, los días se funden en una escala de grises que forman bullicio y algarabía entre las luces de mi camino. Cuando sale el sol el mundo se pone en funcionamiento y yo simplemente me introduzco en las camas calientes de los que abandonan sus sueños para ejercer sus vidas laborales.

Un banquete sin fin de ensoñaciones a medio roer y digerir… un muestrario de camas a punto de enfriarse y olvidar los relatos que en ellas se acontecieron… me deslizo entre todas las camas que sus dueños abandonaron con la resignación del que hace las cosas sin desearlas.

Recojo todos los fragmentos sin diluir y los mezclo con leche en un cuenco de porcelana. Bebo y me sumerjo en el reposo del silencio del edificio que duerme de día porque salvo mi presencia todos sus inquilinos pasan la vida en sus trabajos. Justo descanso del que sabe ser el único que duerme junto a Morpheo cuando todos se van de su reino para dejarlo vacío y desierto.

3 comentarios:

  1. Estupendo, amigo de Morfeo. El eterno noctámbulo que desvirga la noche a cada caída del sol. Fenomenal tu cristal oscuro, preciso como siempre.

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  2. Kramen, magnifica tu entrada, !que maestría utilizando las palabras!, me ha encantado visitarte porque yo tambien, frecuentemente, mezclo con leche en un cuenco de porcelana todos los fragmentos de mis ensoñaciones.
    Seguiré visitandote amigo mio, porque es un autentico placer leerte.
    Un beso gordo

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