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jueves, 16 de enero de 2014

Hacia el lado salvaje.



Vivo en plena civilización, en ese lugar llamado metrópoli que sobresale de cualquier otra urbe donde haya estado y aún así nada es distinto de los otros sitios. La decadencia se escurre por las paredes de los edificios antiguos contando en silencio el acaecer de los años pasados en balde.

Sigue oliendo al estiércol de las tardes de verano en mi ciudad, pero ya no hay ni rastro de la fauna que antaño me rodeaba por donde mirase. Ratas y cucarachas son los reyes de las calles y de las amplias avenidas, todas nos ven y su defensa es que nosotros no. Pero nos siguen acechantes al igual que los gorriones roban a los descuidados en las terrazas de la capital. La naturaleza se abre paso mediante ejércitos despreciables al ojo humano, pero de forma sostenible, no como nuestro caso en que lo asolamos todo como lo haría una plaga o cualquier virus.

Dentro de mi sobrevive el lado salvaje… ese que no te hace sentir cómodo en ninguna parte y te hace percibir el cambio desde la intranquilidad, una parte insignificante del instinto que lucha por no apagarse entre la tecnología y la vanguardia. El rescoldo de las llamas que nos servía para ahuyentar la oscuridad al caer la noche. Bendita electricidad y a su vez maldita factura de la luz y el gas. Arriba todo se ve más fácil, pero abajo empieza a acumularse el barro que precede a las inundaciones.

El olfato no sabe de razas ni razones y a diferencia de la vista, no se puede engañar, el oído le sigue en importancia como sabe cualquier depredador. La vista sólo es útil a campo abierto o desde las alturas y debes de tenerla muy aguda como para acertar a mil pies de distancia… Eso nos convierte en no tan buenos como nos creíamos porque sin gps ni brújula estamos más perdidos que un hijo de puta en el día del padre. Reímos sobre la superioridad intelectual, y nuestras habilidades con las herramientas.

Pero deberíamos llorar porque hasta un elefante en celo es capaz de reventar un todoterreno si le sale del mismísimo miembro y no mucho peor lo tienen la mayoría de los felinos y los reptiles. Somos la ostia con un fusil en las manos, pero no creo que fuéramos tan bravos usando una estaca o corriendo.

Hemos robado durante años a la madre tierra y esquilmado sus recursos a cambio de nada que no fuera contaminación, destrucción o guerra. Llevado a especies a la extinción allí donde antes reinaban y a pesar de todo seguimos llorando porque la crisis ha imposibilitado los créditos para obtener una nueva casa, cuando posiblemente nos estamos cargando al planeta donde todos vivimos sin pagar más renta que la propia vida. Se acaban los restos de la navidad y todavía hay colgados que siguen intentando cumplir los deseos de año nuevo para mejorar sus vidas cuando casi ninguno habrá pensado en devolver al mundo algo de lo recibido.

Yo por mi parte seguiré cuidando todas las plantas y los animales que caigan en mis manos porque si nos olvidamos del piso de abajo seguramente no tardemos mucho en perder de vista las raíces que nos mantienen sujetos al pasado. Sigo sin pensar en la Biblia como algo distinto a una blasfemia encuadernada. Mientras espero fumando que Dios me abata con un rayo desde la cima de alguna nube. El contador sigue puntuándome victorias día tras día y si alguna vez caigo, volveré a levantarme para echar una revancha, no sea que el diablo piense que no tengo valor para luchar contra el destino porque siempre preferí ser un animal a una persona.


1 comentario:

  1. Los hombres sin aditivos no somos nada. En mi pueblo aun sigue oliendo a estiercol pero por el matadero que tengo enfrente.

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