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miércoles, 20 de noviembre de 2013

El sorteo de la Once.



He visto más de diez ciudades, mil planetas y millones de estrellas, tantas como nubes puedan pintarse en el firmamento y vivido en innumerables historias donde cambiaba de cuerpo y de cara continuamente para al final nunca saber quien era yo, ni tampoco el que estaba a mi lado.

Casi todo lo bueno de la vida puede contenerse dentro de una biblioteca, el resto son los complementos que encuentras fuera y que de alguna forma determinan la clase de persona que se es. Puedes tener un fabuloso trabajo y un coche último modelo, vestir a la moda e ir a los sitios más prestigiosos, para después al volver a su formidable casa sentirse tan vacío como una caja de zapatos abandonada en el trastero.

O por el contrario, puedes tener un mísero empleo con el que subsistes hasta final de mes como un intrépido aventurero que escribe una hazaña por cada día que pasa esquivando a la desgracia y estirando hasta el limite la ración de supervivencia que habías guardado hasta la última semana… pero a su vez podría ser un iluminado del budismo capaz de encontrar el zen con solo sentarse en el raído sofá de casa y dejar que el tiempo pase sin hacer mella.

Incluso morir de cien maneras y por infinitos motivos desde ser el peor marido de la historia al mejor monarca de un reino. En las palabras puedes encontrar el sentido a muchas cosas y a su vez perderte en ellas hasta no volver a hallarte jamás. Dicen que un hombre se perdió en una guerra y se encontró en su paz y que otro será inmortal hasta que la tinta que corre en sus venas se seque hasta volverse polvo. Quizás sobreviva a todos los desastres que ya están en camino y esquive a la muerte aún siendo tuerto, o ciego, o loco. Puede que llegue a leyenda y siga leyendo hasta que me quede mudo o sordo, pero mientras haya una chispa en el mundo que no apague la sed de las letras.

Os recomiendo no acercaros a ellas. Son adictivas, contagiosas y muy peligrosas, pueden armarla en cualquier momento y quitarle el sentido a las cosas hasta confundirlos en nuestro propio cerebro, son como el germen de la idea que la corrompe desde dentro. Van y vienen como los electrones y te atraviesan, te rozan o te miman depende del día, la hora y el lugar. Es como la quiniela en diferido, juegas tú y jugamos todos.

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