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martes, 18 de octubre de 2011

Memorias planeadoras.


No tengo coherencia, la perdí de pequeño jugando en el parque. En cambio a la responsabilidad la enterré yo deliberadamente en la arena del jardín de infancia. Pensé que sería útil llevar encima solo lo que fuese a utilizar en el momento, porque a su vez era cierto que nadie llevaba por ejemplo tierra en los bolsillos.

Así que ya de pequeño me dispuse a volar. A despegar los pies del suelo ya que en el fondo no deja de ser una de las mejores sensaciones junto a nadar que se pueden experimentar de cuerpo entero. ¿De que sirve el lastre?, por suerte a esas edades no disponía de una cabeza tan llena de aire como un globo aerostático, por lo tanto era ilógico llevar exceso de cualquier cosa que no tuviera sentido, obligándome a soportar y respetar por lo tanto las restricciones dadas por la naturaleza.

El cuerpo… contra eso no podía hacer nada, me venía impuesto como al reo su sentencia, mi único deber desde nacimiento era cuidarlo correctamente, pero como venia sin instrucciones, supuse que sería de esos que se controlan con creatividad e ingenio y ya lo tengo bastante tiempo… tan erróneamente no lo estaré haciendo.

La otra norma era la gravedad. Ya que ante eso no se puede hacer nada para quebrantarla, salvo usar una fuerza impulsora mecánica… me dispuse a dejarla en su cifra básica y reducir la cantidad de acciones que pudieran relacionarse con dicha magnitud. El secreto estaba basado en que mis actos no es que sean todas buenas, si no que no son malas… así la gravedad relativa a mi propia persona es casi despreciable, como yo ¿no?.

Y no es que me salga del contexto científico, para nada. La realidad es que siempre he podido volar… Me pase los primeros años de mi vida entrenando por la noche, cuando aun dormía profundamente. Me escondía del mundo debajo de mi sabana y volaba durante horas hasta el amanecer.

Despegaba después de unos cuantos pasos en carrera y saltaba manteniéndome en el aire suspendido a pocos centímetros del suelo, con la práctica, comencé a levantarme cada vez más lejos. Los aterrizajes nunca fueron buenos para nada, casi me abro el alma en dos la mitad de las veces, por suerte el colchón era cómodo y en los sueños el daño se reduce a dos variables. Almohada de espuma o de plumas. La verdad es que para ensayar eso de desvincularte del cuerpo es el asunto deseable… Así que antes de ir al instituto. Tenia tantas horas de vuelo pseudo practico… como los pilotos en sus vidas laborales.

Pero mi ambición iba más allá, por problemas oculares y vista frustrada la conquista del aire con un aeroplano en mis manos. Decidí dedicarme a las incursiones ilegales y probar suerte en las alturas. Entrene mi cuerpo a la carrera y al salto… por otra parte nadaba como un delfín en la piscina… Forzando a mi cuerpo a moverse en sincronía con el elemento para volverse tan fluido como deslizante. Curtí mi piel como si fuera cuero, con el tiempo llegaría a estar como el acero colado. Pero antes de todo eso, por supuesto llegaron los fracasos.

Las caídas… los golpes, las quemaduras, las abrasiones… mi cuerpo parecía un muestrario de cicatrices con diversas formas, por aquel entonces echaba de menos la cama por las noches… porque era cuando entraba gracias al insomnio por las calles abandonadas, donde nadie pudiera confundirme con un superhéroe como superman.

A esas horas, sólo quedan gatos y trabajadores que no miran al cielo… Básicamente porque en las ciudades ya no quedan estrellas. Así que al final inevitablemente todo tiene sus consecuencias.

Ahora soy yo el que esta enterrado, si!, pero en otro lugar que no es donde esta mi responsabilidad, pero no os diré el lugar por privacidad. Conforme me fui adentrando en el problema, más abstracta se volvía la solución. Y como no iba a usar alas como las de los hermanos Wright o Da Vinci… encontré en el principio de mi aprendizaje la respuesta… que era planear. Como últimamente había progresado en la piscina y cada vez llegaba más lejos en mis caídas.

Estipule que lo que me faltaba era altura… Y lo hice, me tire del edificio más alto que encontré en esa maldita ciudad. Tome impulso suficiente y salte… De todos ya es sabido que no lo logre… y que aun partiéndome todos los huesos y aplastando mi alma hasta el perfil del papel, conseguí planear la friolera cifra de 53 nada despreciables metros. Pero es que debe de ser que los cien kilos que pesaba no eran nada despreciables y yo fui la consecuencia.

Ahora resido en el cielo, no es lo mismo, pero en realidad la solución era enterrar el cuerpo y olvidarse del resto. Otra diferencia es que tengo alas, puede que eso tenga algo que ver. Aunque la sospecha la tengo en el arito que tengo sobre la cabeza. Desconozco si es de atrezo o libera de las restricciones impuestas. Es cierto que llevo poco tiempo y llevo no se cuantas multas. Quien sabe donde acabare el día de mañana.

Dios dirá.

Elvis lleva tupe, viste un traje de estrellas y los pajaritos de aquí arriba bailan al son de las arpas y violines.

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