Cuando cesó el alto al fuego volvieron a volar las balas en
todas direcciones. Había pasado un periodo de tranquilidad pocas veces
alterada, y ahora le tocaba recibir todo el yang que había quedado sin repartir
durante tanto tiempo.
La paz era un recuerdo del pasado, algo que comenzaba a
tornarse borroso y difuminado. La guerra se podía olfatear en el ambiente entre
el olor a la sangre reseca y el de la carne que comenzaba a podrirse. El ruido
había mutado en una amalgama de gritos y llantos. El conflicto se sentía desde
la base del cráneo hasta la curcusilla.
Era inevitable como el pedir disculpas o ayudar a los
ancianos. Pero a él no le importaba, de alguna extraña manera había nacido para
eso. Era un mercenario que mantenía su mente fría hasta cuando manaba su sangre
caliente. No perdía nunca la compostura ni sentado en medio de nido de avispas
asesinas.
La derrota era inadmisible y aunque la victoria no estuviera
al alcance de la mano, no había lugar para el abandono ni la rendición. En eso
era como un ronnin japonés, su señor era su amo y su religión la batalla. Nunca
existe el miedo a perder cuando se baila con un ángel de la guarda cosido a la
espalda.
Dicen que solo los cobardes huyen frente al peligro, cuando
en verdad es que todos lo hacen menos uno, o puede que varios, pero por ahora
sólo conozco los que caben en los dedos de una mano. Ellos forman parte de la
legión prohibida, una selección de personajes que no saben decir no ni rendirse
ante cualquier batalla.
Hoy en día la cocina es el boom en todas las noticias, hay
cientos de programas, miles de recetas, muchos
caraduras y un sinfín de despropósitos con patas deambulando por
restaurantes y bares. En un país sede mundial de la hostelería donde los
salarios dan risa por no decir pena si se comparan con el resto de países de la
unión europea tanto por cuantía como por horarios.
Existe una raza de seres de excepcional valía que no
titubean ante el peligro ni su tensión, bailan sobre ascuas mientras esquivan
cuchillos y heridas. Una hermandad de amantes de los aromas que visualizan sin
darse cuenta la mejor presencia para cualquier plato que caiga en sus manos.
Personas anónimas que tarde o temprano llegan a estrellas o continúan desde las
sombras dando de qué hablar, ilusionando y sorprendiendo.
El patíbulo no es más que el culmen para cualquier condenado
que llega al final al destino que tanto busco y cuyo dueño sin dudar presenta
su valor por última vez quizás. Porque nadie sabe donde nace
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