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martes, 19 de enero de 2010

Equilibrios sobre una aguja perdida.


Todo esta sencillamente escrito antes de que nada ocurriese. Tenían que suceder unos cuantos pasos de una determinada forma y con una secuencia apropiada. Pero una vez lo realizabas. El resultado parecía tomar forma delante de los propios ojos. Solamente una persona se dio cuenta de las cosas simples y mecánicas. Nadie se paraba a observar esas minucias hasta que llego él y desbarató todas las teorías que reinaban sobre el caos.

Su cabeza funcionaba de manera distinta a las demás. No es que fuese único. Realmente era como el resto, pero dentro de su cerebro él reconocía los cambios que a cualquiera se le hubiese pasado por encima. Los percibía, asimilaba y después de procesarlos… sabía a continuación el paso que se obtendría por adelantado. Era irónico pero la persona quizás más brillante del mundo en verdad era un inseguro que andaba probando constantemente sus propias disertaciones.

Así que nunca tenía tiempo de asegurar algo plenamente. Se excusaba con una eterna coletilla que añadía como colofón de todas sus conversaciones. Para saberlo ciertamente deberé seguir estudiándolo. Por lo que obtenemos que su vida se redujera básicamente en buscar la afirmación a sus pensamientos mediante la experimentación.

Pasaron los años y después de cada evolución siempre llegaba a la misma conclusión… Hace falta seguir con más pruebas… Y puede que una persona perfeccionista hubiese podido comprenderle. Pero de todos es sabido que las empresas privadas terminan deshaciéndose de la locura improductiva. El buen doctor había perdido la cabeza en sus propias investigaciones y ahora a pesar de ser un incalculable científico en sus múltiples conferencias y exposiciones. Se habían cansado de él.

El doctor ni siquiera se extraño cuando la directiva le propuso la forma de indemnizarle en su despido sin causas aparentes. Amablemente firmo sus papeles y se fue despidiéndose de los presentes con reverencias como si realmente se sintiese orgulloso de haber compartido su vida con ellos. Todos reafirmaron sus dudas sobre la cordura haciendo caso omiso.

No recogió nada de sus informes, ni de su mesa. Cogió el cuantioso cheque de su indemnización y salió por la puerta del edificio principal con una sonrisa enorme y agitando su mano en modo de silencioso adiós. Porque él ya estaba en otra parte…

Prosiguió con su trabajo en casa alegrándose enormemente que no tuviese que desplazarse a la oficina ni al laboratorio donde tantos años había malgastado. Ahora en su casa de su infancia era feliz caminando con la bata desabrochada y sus zapatillas forradas de oveja. Había sustituido el café por unas interminables jarras repletas de te de distintos países y en los tiempos muertos de las muestras aprendió a hacer deliciosos bollitos de pan.

Y al final… todo sucedió como el suponía que pasaría. Obtuvo sus datos… y grito Eureka a los cuatro vientos. Corrió por la calle en mitad de la madrugada con su papel agarrado y la bata abierta hasta que se dio cuenta que iba enseñándolo todo y decidió rápidamente volver a celebrarlo a puerta cerrada. Había perdido el trabajo y unas cuantas esposas… una vida malgastada en pro de su ciencia y muchísimas mas cosas que tardaría una eternidad en relatar. Pero a cambio de todo ello había encontrado su propio espacio y tiempo alejado de las personas. Y la verdad es que los bollitos le sabían a gloria.

De esta manera tan ridícula por fin había encontrado la excepción a una de las leyes de Murphy que tantos problemas le había dado. Y con ella una llave para poder abrir el resto de teoremas sobre la Problemática.

El caos de su cabeza se colocó prestamente en sus posiciones originales y en su cara se formó la más deliciosa de todas las sonrisas que hubiesen podido florecer en aquel día en cualquier lugar del mundo entero. El universo había tomado forma y ahora todo le resultaba familiar… conocía hasta la más mínima historia a cada objeto vinculado. Se sentía dios montado sobre un taburete, incluso hubiese jurado que podía volar, pero dejo la prueba para otro momento.

Salió de la casa de sus padres y entro en el patio trasero como alma que lleva el demonio. Arrasó con el armario de las herramientas hasta encontrar una pequeña pala de macetas que su madre había utilizado en las plantas del jardín durante toda su vida y fue en mitad del patio trasero y la clavó con tanta fuerza que la tierra se hubiese muerto de estar más viva. Siguió con esa mecánica precisión acuchillándola frenéticamente hasta que la madera sonó debajo del oxidado metal.

Con gran cuidado y esmero saco una caja de madera y de esta una más pequeña de metal. Abrió la tapita mordiéndose la lengua y saboreando para si el momento y cayó de espaldas sobre el césped mojado. Extendió sus manos como si quisiera coger las nubes del cielo para después dejarlas precipitarse desplomadas. Dejó escapar una sonrisa al cielo porque al fin había logrado recordar donde olvido enterrada la llave de su diario. Aquel sagrado lugar donde escondía escrito en secreto el significado que contenía su cabeza.

Cerró los ojos y regresó a su infancia. En el patio estaban sus padres comiendo una barbacoa de todas las carnes que pudieran soñarse. Se pasó por la cocina y saco al exterior los deliciosos panecillos que su madre elaboraba sin no antes besarle con todas las ganas sus mejillas llenas de harina. Acto seguido le llevó ese tesoro a su padre para saltar a sus brazos.
Les dijo adiós calidamente para conservar en su memoria su despedida. Al día siguiente morirían y ni siquiera tuvo tiempo a decirles lo mucho que significaban para él… esa noche fue el mejor hijo que ninguna familia hubiese deseado tener. Todo porque al final las cosas que suceden tienen una causalidad. Se levantó del suelo y se sintió aliviado, porque después de tanto tiempo había logrado por fin tener un nuevo golpe de suerte.

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