Nací en esa época prolongada de paz, salpicada de pequeños
conflictos, pero conozco el significado de batalla en muchas de sus variantes.
Siempre sin muerte, pero algunas veces con sangre… aunque sin llegar a ser letal
de necesidad.
Nunca me he rendido, por nada… ni por nadie. Claudicar, ni
siquiera viene en mi vocabulario, por supuesto palabras como capitular, ceder o abandonar tampoco aparecen por ningún
lado de mis prioridades, pero la verdad es que nunca me ha importado.
Unos lo llaman terco, yo lo llamo seguir hasta la última
consecuencia, sólo que por suerte nunca es la última, sino la penúltima que lo
intento. En mi vida mando yo, por eso no lego mis mandos a nadie que no pueda
controlar mi potencial.
Por desgracia yo me conozco tan bien que da miedo abrir la
puerta de la celda y dejar que la bestia paste tranquila en libertad. Eso supondría
un grave riesgo además de posiblemente sea una de las peores ideas que a nadie
pudiera ocurrírsele. Es como dejarle un martillo a un bebe en su mano como
juguete. Más que nada es una irresponsabilidad.
Pero a mi no me importa tampoco. Allá el que desee soltar al
bicho, yo simplemente me reservo el derecho de volver a enclaustrarlo durante
un buen rato, no por nada relacionado con el anarquismo que reina en mi vida,
sino más bien porque una vez libre cuesta volver a encerrar a un ser tan
enajenado cuando esta en posesión de un cuerpo de cien kilos.
Aún así…
En absoluto me da miedo, pero ya que esta fuera, que
disfrute de las mieles del éxito justo antes de retirarse a hibernar de nuevo
en la cueva de la que no le saco por prevención a posibles venganzas.
Entonces… sigo fumando y ya no es el simple hecho de
masticar humo hasta volverlo a expulsar. Para nada… sino todo lo contrario,
ahora fumo bullas y broncas sin tenerme si quiera al cuidado, porque lo que no
atañe no puede causar daño y no hay nada más dañino que mi cuerpo cuando lo
maneja el otro que vive en mi interior.
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