Las noches ya no son lo mismo, ni las semanas se gastan por
igual. Antes al menos tenía una salida que compensase todo lo malo acontecido
durante la parte laboral. Ahora sólo quedan los recuerdos de entonces como una
cicatriz donde se guardan los sentimientos.
La lluvia sigue calando y en maldito frió ha regresado con
su ciclogénesis de todos los años. Dirán lo que quieran, o lo que nos pretendan
contar, pero en mi casa a cualquier cosa que aparezca al menos tres veces por
la puerta, se le pone nombre propio para reconocerlo a la cuarta.
Mi sobrenombre sería desgracia, aunque últimamente estoy que
lo siembro con la ironía y el sarcasmo. Quizás siga siendo demasiado ácido,
pero no me importa y al que si lo haga, ya puede tomar algo para que le vaya
mejor. Porque a mi ni con esas me toca algo bueno que no sea una suerte básica
como la de pillar siempre un tren o un paseo con los semáforos en verde.
Aún así todas las mañanas espero a que algo mejore…
permanezco atento todo el día mientras soluciono todo aquello que cae en mis
manos y cuando acaba la jornada voy a casa dando un paseo. Casi nunca obtengo
algo bueno que no venga de un juego. Sigo con las mismas cosas de siempre no
por nada, ni por vago. Sino porque aunque se donde me llevan al menos ese lugar
sigue siendo tan especial como único.
Me siento delante del teclado en silencio y le dejo que me
hable sin tapujos ni medias tintas, le pido la realidad y me sirve una bien
cruda e indigerible, Mas cuando pasa el tiempo al final de todo como compensación
queda algo de satisfacción y restos de orgullo de ese de antaño.
Escribo librándome de todo ese peso muerto que me hace ir
tan cargado como un petrolero repleto hasta el mástil. A veces es arriesgado
vivir conmigo dentro, otras encontraras que todavía quedan cosas peores y
venideras. Después sonríes y esperas lo que sea necesario para que la noche
salga perfecta.
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