Sigo viviendo aquí, porque no es tan mal sitio donde pasar
la madrugada. Habito entre las sombras alargadas que dejan las consonantes y
dentro de las vocales más suaves y aterciopeladas y aunque cada vez aparezco
menos, sigo mirando cada luna que me encuentro en cualquier momento anterior al
alba.
Cierto es que no tengo demasiado tiempo como para sentarme a
presionar teclas hasta encontrar la melodía y con ella la letra adecuada, suena
a locura cuando esos viajes son los únicos que ejecuto realmente en silencio.
Para todo lo demás dame música que no ruido, pero para oír a mis pensamientos
todavía necesito dejar como único sonido el latido de un teclado dispuesto al
sacrificio.
También cada vez quedan menos de esas estrellas en el
firmamento con las que mataba las horas hasta el sueño, leyendo sus historias
hasta quedarme sin argumentos, pero sucede que a su vez eran riego y sustento
de unas neuronas cansadas de recetas e ingredientes, de tiempos y de puntos de
cocción. Cuando abandono los días, siempre hay una noche esperándome con la
puerta abierta camino a la cueva.
Puede que ser Mary Poppins no sea tan divertido en una
cocina, pero como siempre aparecen personajes y esperpentos a los que dar un
papel en esa escena ensayada pero no preparada en la que se basa la hostelería
y sus maratonianos turnos partidos. Pero ni con todo lo bueno que hago, me
alejo demasiado de ese sitio en el infierno destinado con mi nombre y mi
titulo. Si sonrío es porque se que cuando todo se acabe podré dar rienda a mi
imaginación sin que ello conlleve un delito asociado.
Podré ser tan yo como quiera, sin tener que contenerme ni
tener piedad por tratarse de un simple humano. Pienso pasarlas canutas, ser
puteado y porque no… sufrir tanto dolor que hasta pierda la cabeza y porque no,
también el norte. Porque después de esta vida de perros con huellas de gato,
creo que ya he gastado todas las desgracias de esta y posiblemente la
siguiente. Pero allí abajo con todo ese odio reconcentrado, esa rabia contenida
y ese fuego eterno que lo derrite todo se que me sentiré como en casa, incluso
será un parque de atracciones donde no les importe un carajo el limite de uno
noventa, sólo que te diviertas.
Allí, seré libre para desarrollar ese potencial pasado de
era. Un buen bárbaro en el pasado no es más que carne de presidio en esta época
donde ni siquiera los corruptos pagan por sus fechorías y atropellos. Aunque en
mi próximo hogar de nada te sirve las líneas de sangre, ni de donde vienes ni a
donde vas. Es como una terminal de un aeropuerto con las salidas canceladas
hasta nuevo aviso. Durante todo ese tiempo… pienso ser feliz sin que tenga nada
que ver el dinero, ni lo que lleves puesto. Sólo importa quien eres en ese
momento y la cantidad de mierda que estarás dispuesto a tragar antes de ceder.
En la tierra… tienes y debes joderte… y sobretodo capitular
ante alguien más importante en ese momento y lugar, he bajado tantas veces la
cabeza a lo largo de los años que la última vez que levante la trompa se mezcla
difuso con los recuerdos de la adolescencia donde nadie sabe si es real o ficción
lo que paso en verdad.
Lo de matar gente debe de ser como comer pipas. Una vez
empiezas con uno, la cadena te obliga a llegar hasta el siguiente crepitar y así
prolongarlo hasta acabar con la bolsa, aunque siendo realitas siempre habrá más
personas que girasoles en todo el planeta. Pero a un así tienen semejanzas muy
peculiares. La mitad de los cocineros piensan al menos una vez en matar a un
camarero, o montón de ellos que no son eficaces. Te regodeas con los detalles y
después sonríes delante de tu victima indicándole amablemente la mesa de
destino. Piensas que a todo cerdo le llega su San Martín y sonríes placidamente
disfrutando de la idea.
Después te cagas en Dios porque el subnormal se ha quedado
en Babia intentando desentrañar los misterios de una cara con signos de placer…
a continuación le gritas que se vaya a la mierda…
Respiras…
Y vuelves a pensar en el mismo sujeto y los efectos de un
cuchillo quizás más pequeño y con meno filo.
Los peores días piensas en el morboso placer de pelar a
alguien lamina a lamina. Como comprenderás nunca ocurre nada más por temor a
salir en las noticias. A las amas de casa no les pasa, pero mételas en una
cocina profesional y encontraras a una olla a punto de explotar con vida y
piernas. La vida a veces es un poema y otras un texto que nunca termina, pero
mientras puedas dormir, siempre habrá un punto y aparte en esta novela.
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