En un lugar de La Mancha, la Pocilga era nombrada… no por lo
guarros que eran, sino por la mierda que llevaban.
Ese es el eslogan de nuestra familia de amigos que nos
juntamos una vez en nuestra adolescencia y a día de hoy continuamos cada uno en
un sitio y con su vida, pero sin olvidar de donde venimos ni quienes éramos
porque aún no tenemos repudiados, tan sólo exiliados y viajeros.
Hace ya casi dos años que despedimos a nuestro último
soltero, ahora nos reunimos de nuevo los catorce antiguos más un par de nuevas
promesas que reclutaron cuando me vine a la gran ciudad. No pasa el tiempo por
encima de ninguno de nosotros, todavía vestimos nuestros nombres y de lo que éramos
a lo que somos sólo ha cambiado el argumento, la trama sigue siendo idéntica a
la de antaño porque todos nos conocemos por adelantado.
Nuestras raíces siguen incrustadas en la tierra arcillosa de
Ciudad Real y aún mantengo el sabor de su dura agua alcalina anclado en la
memoria. De nuevo la pocilga se reúne a despedir a dos de nosotros sin
soltarles la mano hasta el altar. Nos enfundaremos las faldas escocesas y
tomaremos rumbo a Cordoba y sus calores a perdernos en el campo a hacer de las
nuestras. El dorado whisky espera apaciguado a que vayamos a presentar batalla,
incluso tenemos tropa para el temido bourbon.
No faltará bebida ni comida en nuestra mesa, eso ni dudarlo…
siempre hemos sido buenos con las listas de papel y por supuesto con lo de no
quedarse cortos de nada, no vaya a ser que nos falte de algo en mitad de la
fiesta.
En fin, ya quedan dos semanas para que o se acabe el mundo o
saquemos algo positivo de este. Al final siempre quedará el amor que nos une,
sin que la sangre que corra por las venas no sea la misma, pero por orígenes sean
similares. No es que seamos racistas, pero pocos locos viven su vida en el
infierno sin llevar demonio escrito sobre la piel y menos cuando a las doce de
la mañana no sople el viento en el horno a 40º.
No somos los mejores, simplemente intentamos serlo… a veces
lo conseguimos y las otras tantas nos quedamos por el camino, pero eso si.
Encantados de habernos visto al menos. Muchos podrán contar cien historias de
mi mismo mas ellos, son los únicos que podrían escribir el prologo de mi novela
y las cien primera páginas. Nadie de los de ahora, saben realmente de donde
vengo únicamente elucubran con la posibilidad de que me haya escapado de algún
sanatorio mental.
Los de allí dirían que pertenecía a la atalaya… y no a su “hospital”
sino a su parque forestal que tanto tiempo me tuvo entre sus pinos en la búsqueda
quizás de la noche perfecta. Pero en verdad hasta el más tonto sabe que es en
la calle olivo donde se fraguó media vida, la otra mitad sigue siendo una incógnita
a desentrañar.
Si algo he aprendido con el transcurso del tiempo es que
mientras mueras con las botas puestas, no habrá mejor fiesta que pasarla con tu
familia y más si tu propio hermano es uno más del grupo bien sea de tu sangre o
de la del que este a tu lado. Cada uno es la historia de quien le riegue los
pies y mientras que no vuelva la terrible sequía que nos asoló la infancia, solo
las lagartijas siguen bailando bajo el sol del mediodía en La Mancha.
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