Siempre he sabido seguir un rastro. No necesitaba flechas
que me indicaran la dirección adecuada a seguir. Solamente había que buscar
esos puntos invisibles a primera vista que me llevasen al siguiente y así hasta
encontrar el final.
Supongo que esa afición la adquirí de pequeño dibujando o
rellenando juegos. Luego crecí y continué haciéndolo con otros instrumentos.
Pero llevo tiempo sin pistas del rompecabezas. No queda rastro ninguno que
seguir o que buscar. El mundo ha quedado limpio de toda presencia como si la
mano de un cirujano hubiese intervenido en el asunto y seccionado su presencia.
Que hacer… en estos momentos ni tiene sentido. Es un callejón
sin salida algo raro, porque ni siquiera hay muro, ni callejón, ni nada. Encontrar
algo siempre es entretenido y delicado, porque hay infinidad de interferencias
que harán que lo que te interesa llegue casi hasta perderse. Y aunque esos
otros rastros te llevarán a otras múltiples opciones. Cuando buscas el rastro
de una estrella. Lo demás simplemente son planetas muertos, fríos e inertes.
Volverás a repasar los anteriores pasos buscando cualquier
cosa que pueda guiarte de nuevo al buen camino. A veces las búsquedas no te
llevan a nada, otras a donde querías estar en ese preciso momento. Pero lo
importante no es lo conseguido, sino lo hayas aprendido y aun mejor, lo que
puedas asimilar. Echo de menos el rastro de tus trozos de cristal, tanto como
encontrarlos, porque cuando pienso que quizás cortabas demasiado sonrío porque
todas hasta las rosas tienen espinas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario