Y no hablo siquiera del 0ºK… cuando hasta dicha letra pierde
su significado y nada se mueve. En absoluto me refiero a ese lugar donde ni los
átomos tienen vida. Allí, no se puede vivir sencillamente y aquí, a veces
tampoco.
Entre mis primeras enseñanzas vivía una que rezaba: No
pierdas la nunca la calma…
Como todas esas frases que tienen un nunca en su afirmación supuse
rápidamente que si la calma era perdida por mi, posiblemente no volviera a
encontrarla como todas aquellas cosas que una vez extraviadas no logran
hallarse de nuevo, también logre vislumbrar que la calma era algo unipersonal
como un carné, si yo no tenía la mía a nadie le valdría. Así que como la práctica
lleva a la experiencia me dedique a aprender lo que realmente pretendía dar a entender
aquella sentencia. Y no perdí la cabeza en tal propósito.
Me mantuve frío y continué durante tanto tiempo, que cuando
quise regresar a la realidad había pasado los últimos años congelado. El tiempo
no hizo estragos en mi piel, sólo alrededor mío. La ciudad había cambiado en un
inquietante baile de disfraces y de transformaciones. Algunas cosas no estaban
y otras habían sido reemplazadas por nuevas totalmente diferentes a las
anteriores.
A su vez hubo de las que siendo exactamente las mismas habían
dejado de serlo por dentro y eso venía a ser lo mismo que si lo hubiesen hecho
por fuera. Mantuve mi calma a mi lado como si con toda esa espera se hubiese
convertido en una especie de montura sobre la que iba. Ahora simplemente era más
sencillo no perderla de vista ya que lo mismo que un colosal problema es
visible desde la distancia, ahora que había sufrido un temple parecido al del
acero, todo era más resistente.
Pero todo elemento rígido puede llegar a ser frágil e
incluso fracturable por lo que seguí cultivando la calma con esmero, deshaciéndome
de todas aquellas preocupaciones que pudieran ser mala hierba o un caldo donde
pudiera incubarse todo lo que no necesitaba.
Pase años aireando todos mis pensamientos, sentimientos e
incluso la memoria, el trabajo de campo siempre es compaginable con otras
tareas siempre que sepas organizarlas conforme los momentos lo precisen.
Sacaba, limpiaba y después devolvía lo útil colocándolo en ese caos auto
mantenido que es no es otro que el que reina en un cerebro fracturado.
Limpie tanto las impurezas que vivían dentro de mi que de
nuevo se había logrado un material aun más resistente ya que sus redes no
contenían defectos escondidos y ya ni quedaban fracturas avanzando hasta su
destino exterior.
La elasticidad hizo más llevadera la calma y ya nada
importaba tanto como antes, ni siquiera una tercera parte y respirar era
llevadero y en los hombros podría volver a posarse el sol el próximo verano,
sin que todo lo cargado dejase marca cual tigre de bengala.
La calma se volvió paz, y la guerra se apago como un cigarro
en un vaso lleno de destilaciones de noche. Sin nada que fuese tan apremiante
como aguantar el planeta sobre mi espalda, dedico la siguiente etapa en cimentar sus
largos pies con todas aquellas enseñanzas positivas de las que mantienen la
torre inclinada sin caer otros tantos años. Nada deja de ser tener el sosiego
como para construir un castillo de naipes al aire libre, cada piso es un
triunfo que nadie podrá arrebatarte de la memoria.
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