Trovadores de palabras. |
Sigo en pie dando guerra aunque debo de reconocer que ya no
tan belicoso como antaño. Hace tiempo que olvide la libertad de las palabras,
esa que llena paginas y paginas como lo hace una lluvia torrencial que pasa de
charco a riachuelo hasta tragarse todo en su descenso. Enjaule a mis letras en
la superficie de un folio haciendo que se volvieran inexorablemente brutas y
salvajes.
Rabiosas por escapar y lacerarme con sus bordes afilados y
sus ácidas criticas, lograron cumplir sus amenazas y escaparon de su cautiverio
enfervorizadas… dispuestas a atacarme. Pero me excuse suplicándoles piedad y cuando
vieron mis propias cadenas rodeando mis tobillos de alguna forma me comprendieron
literalmente al instante. Éramos lo mismo en recipientes distintos, pero al
menos ahora tenían más espacio para correr y divertirse. Es cierto que también
echaba de menos su algarabía incombustible y sus juegos de crear historias mezclándose
entre ellas en el suelo como si cuento vivo se tratase.
Pero en el fondo no dejaba de ser otro tipo de condena que
al menos no se llevaba con la soledad de las rejas dibujando pentagramas de
silencio. Por la noche, las palabras tatuaban mi piel como una serpiente que se
enrosca para ahogarte. Reptaba por mi cuerpo tumbado hasta terminar entrando
por mi boca dentro de mi. Alimentándome con sus relatos a base de tinta que
además arrasaban con mis pesadillas recurrentes de un hombre anclado en la
rutina. Dibujaban sobre las cadenas paisajes de verdes salpicados con azules y
alegres riachuelos, pintaban murales frescos sobre las paredes de la celda que enfurecían
a los guardianes que nunca encontraban nada con lo que pudiera hacerlos.
Sencillamente porque las letras se volvían invisibles en su presencia, pero
tras haberse soltado, se habían reproducido exponencialmente y ya casi no había
sitio para ellas mismas.
Muchas se sacrificaban en los murales… aplastadas por los
zapatos de los carceleros o simplemente atenuadas por la edad. Aunque a su vez
habían excepciones como una pareja de eñes que duro un par de años. La verdad
es que no tenia nada y a la vez poseía toda la literatura del mundo contenida
en un rectángulo de dieciocho metros cúbicos. Sin tener siquiera una gran estantería
de madera o una estancia repleta de ellas a veces incluso recluido lograban
convertirse en una replica de alguna galería veneciana atestada por tomos antiquísimos
dispuestos en perfecta sincronía de tonos y tamaños. Pero esa prisión no
lograba devolverme el dulce olor de las nobles baldas ni la caricia del cuero o
simplemente el olor a celulosa como el otoño en un bosque caduco.
A pesar de todo, seguí regándolas y cultivándolas, hasta que
la selva llego a mi morada. Salían a cientos del urinario anclado a la pared porque
proliferaban en ambientes nitrogenados. Rugían por causar un motín, por roer
todo hasta dejar sobre nuestras cabezas el cielo limpio… Entonces es cuando
tenia que calmar a los instigadores rogándoles que mantuvieran intachables mis
informes de buena conducta, después les abría mi corazón destartalado y ellas
se instalaban en él placidamente. Al final llegue a un convenio con las
autoridades. Ficho todos los días en la comisaría y ellos me dejan en libertad
vigilada. Ahora que vuelvo al mundo las palabras están sobreexcitadas, la
realidad esta cubierta por un número infinitesimal de ellas como si formarán
las cadenas del adn de todo, lo vivo, lo muerto, lo mineral y lo artificial. Mi
historia tiene ahora una fina película aterciopelada que hace más confortable
la visión.
Incluso me compre una maquina de escribir que no deja de ser
una guillotina para ellas, pero que disfrutan plenamente igual que un parque acuático.
Mientras presiono las teclas ellas saltan delante del carro suicidándose cuando
la manilla presiona la cinta de tinta sobre el papel. A veces no se de quien es
el placer. Si mío por ser el mayor genocida vivo del planeta o de ellas por
seguirme hasta el fin del universo como lemmings saltando al vacío hasta
estamparse con el folio. Nuestra simbiosis es como la de los líquenes,
necesitamos el uno del otro recíprocamente. El silencio es nuestro mayor
enemigo un tiro en la cabeza nuestro letal final. Nos guardamos del uno y del
otro aunque ya no estemos en una celda. Ahora sencillamente tenemos mayores
riegos en múltiples opciones y nuevas obligaciones que cumplir aún sin cadenas
visibles.
La verdad es que cuando estoy en el trabajo, ellas siguen
burbujeando en los caldos a fuego lento, o correteando entre los filos de los
cuchillos higiénicamente para no causar contaminación cruzada. Las tengo
rebeldes que viven hibernando en el congelador y las amables que me alcanzan
los ingredientes dentro de los timbres como si estuviesen destinadas a esa única
función. Pero lo mejor de todo es cuando me poseen en la barra metiéndose por
mis zuecos y se convierten en palabra pronunciada que asalta a los clientes preguntándoles
que tal esto, sobre como esta aquello… contándoles historias, anécdotas y
recetas… respondiendo a sus cuestiones y sirviéndoles calidas sonrisas
abiertas. Sigo prisionero de mis pasiones. Pero cuando cae la noche y todos se
van apresuradamente a sus camas, el mundo entero se queda a mi propio servicio
y a veces hasta pequeño cuando mis palabras bailan con la luz de las estrellas
mientras suben al cielo en búsqueda de la luz que más brille en el firmamento.
JAJAJAJJA.... LOCOOOOOOOOOOOOOO ya me estás pagando los derechos de imagen.. a birra por día
ResponderEliminarJajaja, siempre te he invitado a una birra por dia que has venido, asi que no jodas la marrana jajaja. Aún así, sólo te la pagaría si estuviese el Kanka con nosotros jajaj.
ResponderEliminarDe todas maneras, ya vez el exito que ha tenido la foto... El primer comentario en dias es tuyo.
es que con señores tan elegantes la gente se queda sin palabras, jajaja
ResponderEliminarEs lo mismo que pense yo jajaja
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