Cuentas los dedos y no te queda ya ninguno completamente
sano, todos tienen sus propias cicatrices atigradas en mayor o menor grado de
evolución. Las más frescas aún todavía sangran, el resto se suman a la
silenciosa historia de las manos sin lengua ni memoria.
No hay tregua aunque la suerte sea como la coraza de una
tortuga, te ayuda en las peores situaciones pero en algunos momentos no sirve
de mucho, en una cocina cada minuto cuenta y pocos son los días en que nada te
ocurra porque hasta el papel de plata puede cortarte… incluso los mallazos de
los sacos de cebolla o demasiadas cosas al tener las manos mojadas.
Llora, ríe o maldice mientras la roja vida mancha el blanco
papel bajo el guante de vinilo… nadie aplaude cuando alguien se desangra, ni
siquiera se cuchichea gran cosa dentro que un corro de morbosos mirones que imitan
perfectamente a una familia fisgona de suricatos encima de una loma. Pero eso
no borrará el error sobre la piel, ni sellará la carne hasta saldar señal
alguna.
Sigue hasta que se gasten las horas de condena en cualquier
infierno que este sobre la tierra bajo techo. Los días pasan hasta que alguien
te abre la puerta y te dice, ale vuelve entero el próximo día. Caminas cansado
hacia casa y te tumbas abatido a curar las heridas. La cuenta comienza a gotear
de nuevo y buscas con cuidado en los bolsillos el tiempo suficiente para que al
sacar la mano no haya nada con rastro de estar sangrando. Riegas las marcas con
agua oxigenada y gel antibacteriano con rosa mosqueta por si acaso… para después
dibujar con yodo franjas amarillas a modo de bandera de la patria.
Entre las sombras lame sus heridas como un gato que se alimenta
de aloe vera.. Los cuchillos siguen llorando entre chillidos que cortan alegrías
y penas hasta sesgarlas por la mitad. Claman por las gotas de sangre que dicen
que les dan la vida. Sonrío y le niego la oportunidad hasta que rebelados
cobran su cuota siempre injusta. Muerden como pirañas y pican como avispan. Sus
cortes eléctricos cortocircuitarían hasta una buena medula, sin dientes en su filo
son como el arpa que acaricia las cuerdas de un violín hasta lograr arrojar el
sentimiento de su melodía como un quejido sin dueño ni destino.
Tocan los días felices donde cuando entras ves el final tan
cerca que podrías alcanzarlos con el sencillo movimiento de estirar el brazo.
Siguen las manos en silencio pulsando unos acordes tan perecidos a la ruleta
rusa, con el objetivo de que cuando la música deje de sonar, el castigo llegue
al más retrasado así como la otra parte de vuelve a su guarida en la montaña
donde uno se pierde y no vuelve a encontrarse hasta bien pasado los días dentro
de una burbuja antiséptica.
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