Todo estaba tranquilo hasta que salio a la calle aquella
mañana… era como otra cualquiera pero el ambiente se notaba enrarecido. Seguía
siendo la misma ciudad con idéntica rutina destructiva que consumía a diario
hasta que a algún iluminado le daba por darle una libranza. Su sonrisa brillaba
por el reflejo del sol que ya andaba levantándose muy temprano, se deslizaba
sobre la acera como acostumbraba hacer hasta llegar al trabajo. Cuentan que no
es delicado ni cortes lo de andar rápido a ninguna parte, pero le daba igual
una gilipollez como esa.
Simplemente volaba esquivando tanto coches como peatones, lo
del desplazamiento era una disciplina que ejecutaba a la perfección, cada vez
disminuía su tiempo entre el punto a y el punto b sin retrasarse demasiado. Las
pausas eran como gatillazos para su recorrido. Una vez se despertaba no había stop
ni semáforos que pudieran detenerle por su condición de andador universal sin
miedo ni remedio.
Después era un Pedro Picapiedra cualquiera que gritaba
cuando sonaba la bocina por mucha mierda que estuviese lloviendo en ese
momento. Se calzaba la sonrisa de nuevo y cambiaba de pista sin parar de bailar
porque unos metros de ese lugar le aguardaba la música reservada para un
concierto privado en sus oídos. Los mejores grupos ensayaban a diario, solo las
leyendas eran los dueños de las mejores ocasiones que normalmente eran los
regresos a casa independientemente del lugar de procedencia. A veces solamente
se paraba a descansar no por nada en especial ni cansancio sino porque no hay batería
que le durara una eternidad.
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