Hay noches mágicas en la que la música no para de bailar dentro
de los oídos. Las notas te acompañan y el ritmo se apodera de un cuerpo que
antes te pertenecía. El mundo se repliega y a pesar de tener los ojos cerrados
afuera todo se dibuja nítidamente con sus propios colores. Los pies flotan
entre el cielo y la tierra mientras un ejército de hormigas camina por las
plantas.
La luna se esconde y las estrellas brillan con mucha más
intensidad colgadas del cielo, el aire frío pierde su filo al contacto con la
piel y la sonrisa se vuelve una flor que se abre para a continuación seguirla
cientos de ellas, como el mosaico de las hojas de un árbol al viento. La noche
acoge a todos los gatos que no lograron dormirse igual que un mullido cojín que
amortigua la realidad hasta hacerla suave como el terciopelo.
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