He me aquí, de nuevo en la mitad de ninguna parte… en ese
lugar que no me gusta estar ni me cuesta nada seguir en el. Tacho las décadas
en los anillos de mi columna y la mayoría de las cosas siguen igual, sólo
cambian los exteriores mientras lo de dentro permanece inalterable a pesar de
vivir en una ciudad llena de espejos.
Hacer el mal es tan sencillo como hacer el bien pero mucho menos
aburrido, se empiezan con pequeñas trampas, engaños diminutos y mentiras
modificadas… pero una vez usas las semillas, lo malo crece como una hidra alimentándose
de todo lo que no se puede digerir.
Cuando te das cuenta ya has andado demasiado y no hay
regreso… dicen que siempre lo hay, pero nadie se acuerda de que algunas memorias
son mejores que otras y que no hay salvación cuando existe un hemisferio del
cerebro abarrotado de información útil para la supervivencia pero no para la
sociedad.
Así que guardas a otra bestia en tu prisión personal y te
pones otro traje de camuflaje para parecer algo más inofensivo cuando salgas a
la calle a la mañana siguiente. Lo único seguro es la muerte, la vida es
incierta es un eslogan que deberían poner en la radio en vez de tanta
publicidad.
Te acostumbran a los limites y a las fronteras, te enseñan a
no usar atajos y a persistir ante las dificultades. Te ponen trabas y
administraciones para que el tedio acompañe a tus gestiones como una sombra.
Para cuando te dicen no, ya tienes unas tragaderas tan amplias como la boca de
un túnel destinada a un tren de mercancías. Al llegar a la madurez has olvidado
los sueños, casi no te quedan sonrisas y las esperanzas llegan junto a la
nomina lo antes posible cada mes.
Comentan en las noticias que casi hemos salido de la crisis.
Que ya se puede respirar cuando en el horizonte se empieza a vislumbrar la
silueta de la siguiente ficha de domino que piensa aplastarnos. El mundo esta
tan desnivelado y la justicia es tan pobre que cuando me dicen que tome más
hierro en mi dieta, en vez de en lentejas me imagino viendo como cae una espada
flamígera desde lo alto del cielo y comienza el principio del fin.
Al final mientras mastico las legumbres que deja en mi boca
el metal de la cuchara, me olvido de la muerte, del dinero y de ese abanico
mutable dependiendo de la persona de lo que se considera bueno o malo. Saboreo
los minutos de paz incluyendo los que me presta a diario el insomnio y el
silencio de la madrugada. Y aguardo al resultado de la próxima moneda que lance
en el cruce del camino. Disfruto de la vida mientras tenga un halito de ella y
cuando no sea así, lo haré con lo siguiente que me traiga.
El mundo se balancea como una ecuación a medio terminar, que
se completa con la participación de desconocidos que trabajan bajo su
anonimato. Todavía tengo un ancla y un buen candado para mis bestias. No hay
paz que mil años dure sonrío mientras me acurruco en la tranquilidad de saber
que cuando se rompa la cadena ya no necesitare más cerrar la celda de los
monstruos.
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