Todavía suenan las letras en mi cabeza como un murmullo
continuo de agua, a pesar de que hace tiempo ya que ando emulando a un sordo
para no escucharlas, pero ahí siguen haciéndose de notar mientras lo mojan todo
a su paso, escurriéndose por las paredes hasta anegarlas por completo. Cada vez
que vuelvo a casa por las noches, me encuentro el apartamento empapado y vivo
desde entonces con el agua por los tobillos e intentando no hacer ruido al
caminar para no delatar mi presencia.
Ando como las cigüeñas y las garzas, con cuidado y
mimetizando para ver lo que anda alrededor de mis largas patas. Leo en silencio
historias que nunca le plagiaría a la mismísima agua que riega mis raíces pero
sin pudrirlas igual que los manglares. Bebo cuentos y por la noche la sed nunca
invade mis sueños porque un pez no puede morir ahogado o al menos no en esta
pagina ni en esta burbuja.
Hace frío pero no importa porque cambié a las hormigas por
gambitas que corretean por todas las sombras que hay en el piso. Tienen tantos
colores como palabras puedan usarse para describirlos y muchos más inclusive
porque en su naturaleza andan cruzándose y expandiéndose sin limites ni fronteras.
Desayuno tortitas de camarón con una buena limonada con miel en vez de azúcar.
Por las noches el espectáculo es inclusive mejor. Brillan las estrellas en el
cielo y se reflejan en el agua mezclándose con el centelleo fluorescente de
algunos de mis crustáceos.
Por la noche la oscuridad parece Pandora con su vientre
lleno de luminosas pecas. Me tiendo y observo como la vida dibuja posibilidades
donde quiera que mire. Los minúsculos cangrejos funcionan al igual que el corta
y pega con sus tenazas. Los más listos ya hacen haikus en la alfombra del salón.
Luego chasquean sus pinzas y salen huyendo marcha atrás con la ayuda de su
cola. Por la mañana recojo pepitas de oro cribando el lecho del río que se
dirige hacia la escalera del edificio. Puede que algún día lluevan ranas en mi
cuarto y den alegría a la locura de mi casa, rompiendo el silencio con sus
divertidas charlas de un duelo de cotorras.
Los domingos por la tarde intento recoger mi casa un poco.
Empujo el agua hacia la salida con la ayuda de una rasqueta para limpiar los
cristales de los rascacielos. Desplazo y acompaño… tardo horas en dejar seco el
suelo del piso… casi siempre término cansado pero contento. Me acuerdo y pienso
en ovejas o corderos, les veo como se lo pasan bien pastando… yo las cuento y
hasta les pongo nombres, pero ni con esas consigo quedarme dormido. Pasa la
noche y no aparece el sueño por ninguna parte pero las bestias siguen paciendo
y bebiendo… espera, yo no les puse nada.
Miro el suelo de la alcoba y vuelve a estar encharcado. Debe
de haber luna llena y encima marea… escucho a las criaturas escarbar bajo la
puerta hasta oradar el paso. Entran los crustáceos y devoran al resto de
animales que no es de su especie hasta capturar de nuevo todo el territorio. Es
terrorífico ver como las ovejas son esquiladas por sus diminutas pinzas. Las más
temerarias huyen por puertas y ventanas.
Los lunes por la mañana, suelo desayunar, comer y cenar
cordero. Hay veces que no lo hago y después apesta la casa. Así que como buen
pirata disfruto de los regalos que me trae el agua, la única norma es no dejar
el barco hasta que este se hunda finalmente, igual que un contrato sin papel de
por medio que podría mojarse. Vives para tener otra aventura al día siguiente
hasta que la oscuridad regrese a castigar los pecados de una vida de pillería.
La última vez me libré porque a la muerte no le va andar sobre suelo mojada y
menos si hay barro. A mí aún siendo de fuego, el agua siempre me relajo y su
murmullo es como el ronroneo de un gato que va deletreando suave el mensaje
escondido tras el desvelo de las goteras del techo.
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